domingo, 13 de enero de 2019

El sexto sentido - Pilar Galindo Salmerón

Nada más salir del ascensor me asaltan los olores antiguos, los que aguardan dormidos en el trastero de la memoria y nos traen la añoranza de un tiempo aniñado y feliz. Mamá está en la cocina, rodeada de pucheros que borbotean y cazuelas que, a fuego lento, van forjando el sabor de la Navidad.
—Qué bien huele mami, qué rico.
—¡Otra vez Navidad, hija! No nos da tregua, apenas hemos retirado los adornos y las luces, hay que empezar de nuevo.
—Qué sosa, mamá, con lo que a mí me gustan estas Fiestas, tú antes no eras así…
—No pasa nada, hija, me sigue gustando el ambiente familiar, el jolgorio; el belén, la cena, los regalos…Lo que pasa es que llevo muchas Navidades encima y, a veces, me pesan ¿No han venido los niños?
—Ahora los trae Juan, me he adelantado para ayudarte.
—Pues ve poniendo la mesa, saca la vajilla buena y el mantel blanco bordado.
Llega Quico con sus hijos. Esta Noche Buena están con él y el final de año lo pasarán con su madre. Me da pena de ese –te toca, me toca— espero que los chiquillos lo lleven bien. Aunque los padres ya no tengan un proyecto común, los hijos siempre serán comunes. Siempre.
Cada timbrazo nos trae un nuevo comensal. Las botellas, metidas en el cubo con hielo, se remueven incomodas y unen su queja al roce cristalino de las copas, el desfile de platos desde la cocina a la mesa parece interminable. Alguien refunfuña —todos los años igual, ¡pero si ya no cabe nada más!— Nos vamos sentando. Separamos un poco las sillas para que no quede ningún hueco. Antes, sentarse era como emparedarse, estábamos tan pegados que había que encoger los codos para no meterlos en el plato de al lado. Falta mamá, como siempre y, como siempre, todos gritamos a la vez
—Mamá, ¿vienes?
— Abuela, no seas pesada…
Por fin llega con la última fuente en las manos, ocupa su sitio de todos los años, al lado está Loreto, mi hermana, que desde que falta el abuelo se sienta ahí para jalear a la anciana cuando suspira —porque él ya no está.
Berni acaba de llegar, sin quitarse el abrigo, pasa a saludar a la abuela. El vozarrón recién estrenado del chico, su aspecto, remueve en la anciana la herida aún sangrante de la ausencia del hijo
—Bernardo, qué guapo estás, eres igual que tu padre, mi pobre hijo…
El silencio dura solo un instante, todos hablamos a la vez: —Berni ha crecido en dos días, está hecho un hombre, seguro que anda ennoviado y por eso llegó tarde…
—A quien en realidad se parece tu nieto es a su abuelo. Menudo lujo de marido has tenido mamá: alto, con ojos de pícaro, ese pelo blanco tan bonito que se gastaba…ya quisiéramos nosotras, haber pescado un tipo así.
Ha estado oportuna Loreto, en cuanto a mamá se le habla del buen aspecto de su marido se derrite de gusto y pasa a contar las novias que dejó por ella y como lo mimaban las madres de sus amigas. Se ha salvado el escollo. Pero la noche acaba de empezar y está empedrada de costumbres, de ritos y gestos que van a sucederse sin remedio.
 Ahora soy yo quién se deja arrastrar por la añoranza de Bernardo, el hermano con el que tantas cosas compartía; envuelta en el aroma de su pipa, (tan real para mí que me escuecen los ojos con el humo), siento el roce áspero de su barba, la fuerza de su abrazo que parecía fundirme a él, a su bonachona humanidad ¿Cómo es posible que no esté? ¿Qué hacemos aquí nosotros, mutilados por tantas ausencias? Me sorprende la voz de Quico —A ver, que va de chiste— Qué valiente, atreverse a ocupar el lugar del chistoso oficial; otro que emigró a ese lugar donde, esperamos, no haya dolor ni aflicción. Nosotros debemos ahora reír con Quico, que empieza por un …pues esto era… Entonces salgo de mi melancolía y entro en acción. Es mi turno, siempre comento las bromas, explicándomelas a mí misma en voz alta, porque soy algo lenta de reflejos.
—Venga Tere, suelta tu versión, que no se diga
Lo hago lo mejor que sé. Y reímos, la risa trae alegría, el champán chisporrotea en la cabeza. Observo a mi madre; tiene la mirada baja, parece contar las flores del mantel.
—Mamá, tienes que estar muy cansada, vete a acostar. Nosotras quitamos esto. Reparto general de besos, mirada húmeda la dirigida a Berni, porque es igual, igual que su hijo.
Todos los sentidos se alertan en Navidad: las luces que titilan en cada rincón, los villancicos, el choque de las copas, los sabores viejos, el olor a tabaco de pipa, el tacto áspero, suave o húmedo de las mejillas… Pero este entramado casi milagroso que sostiene la Noche Buena y consigue que nuestra cena no naufrague en lágrimas, eso es cosa del sexto sentido.
Pilar Galindo Salmerón

3 comentarios:

  1. Escenas de la vida de familia a veces única en el año. Épocas de fraternidad que suelen durar un día de Navidad pero que se recuerdan siempre Alberto.

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  2. Son las sillas vacías las que más nostalgia producen en esta época. Solo nos salva ver que cada generación va ocupando las de la anterior, como debe ser. ¡Qué dolor cuando se nos van los jóvenes a destiempo!

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  3. Todo sigue pero no igual las ausencias pesan demasiado y hacen que sigamos los unos por los otros.
    Un cuento que dibuja perfectamente la nostalgia y el peso de las ausencias.

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