Nada más salir del
ascensor me asaltan los olores antiguos, los que aguardan dormidos en el
trastero de la memoria y nos traen la añoranza de un tiempo aniñado y feliz.
Mamá está en la cocina, rodeada de pucheros que borbotean y cazuelas que, a
fuego lento, van forjando el sabor de la Navidad.
—Qué bien huele
mami, qué rico.
—¡Otra vez Navidad,
hija! No nos da tregua, apenas hemos retirado los adornos y las luces, hay que
empezar de nuevo.
—Qué sosa, mamá, con
lo que a mí me gustan estas Fiestas, tú antes no eras así…
—No pasa nada, hija,
me sigue gustando el ambiente familiar, el jolgorio; el belén, la cena, los
regalos…Lo que pasa es que llevo muchas Navidades encima y, a veces, me pesan
¿No han venido los niños?
—Ahora los trae
Juan, me he adelantado para ayudarte.
—Pues ve poniendo la
mesa, saca la vajilla buena y el mantel blanco bordado.
Llega Quico con sus
hijos. Esta Noche Buena están con él y el final de año lo pasarán con su madre.
Me da pena de ese –te toca, me toca— espero que los chiquillos lo lleven bien.
Aunque los padres ya no tengan un proyecto común, los hijos siempre serán
comunes. Siempre.
Cada timbrazo nos
trae un nuevo comensal. Las botellas, metidas en el cubo con hielo, se remueven
incomodas y unen su queja al roce cristalino de las copas, el desfile de platos
desde la cocina a la mesa parece interminable. Alguien refunfuña —todos los
años igual, ¡pero si ya no cabe nada más!— Nos vamos sentando. Separamos un
poco las sillas para que no quede ningún hueco. Antes, sentarse era como
emparedarse, estábamos tan pegados que había que encoger los codos para no
meterlos en el plato de al lado. Falta mamá, como siempre y, como siempre,
todos gritamos a la vez
—Mamá, ¿vienes?
— Abuela, no seas pesada…
Por fin llega con la
última fuente en las manos, ocupa su sitio de todos los años, al lado está
Loreto, mi hermana, que desde que falta el abuelo se sienta ahí para jalear a
la anciana cuando suspira —porque él ya no está.
Berni acaba de
llegar, sin quitarse el abrigo, pasa a saludar a la abuela. El vozarrón recién
estrenado del chico, su aspecto, remueve en la anciana la herida aún sangrante
de la ausencia del hijo
—Bernardo, qué guapo
estás, eres igual que tu padre, mi pobre hijo…
El silencio dura
solo un instante, todos hablamos a la vez: —Berni ha crecido en dos días, está
hecho un hombre, seguro que anda ennoviado y por eso llegó tarde…
—A quien en realidad
se parece tu nieto es a su abuelo. Menudo lujo de marido has tenido mamá: alto,
con ojos de pícaro, ese pelo blanco tan bonito que se gastaba…ya quisiéramos
nosotras, haber pescado un tipo así.
Ha estado oportuna
Loreto, en cuanto a mamá se le habla del buen aspecto de su marido se derrite
de gusto y pasa a contar las novias que dejó por ella y como lo mimaban las
madres de sus amigas. Se ha salvado el escollo. Pero la noche acaba de empezar
y está empedrada de costumbres, de ritos y gestos que van a sucederse sin
remedio.
Ahora soy yo quién se deja arrastrar por la
añoranza de Bernardo, el hermano con el que tantas cosas compartía; envuelta en
el aroma de su pipa, (tan real para mí que me escuecen los ojos con el humo),
siento el roce áspero de su barba, la fuerza de su abrazo que parecía fundirme
a él, a su bonachona humanidad ¿Cómo es posible que no esté? ¿Qué hacemos aquí nosotros,
mutilados por tantas ausencias? Me sorprende la voz de Quico —A ver, que va de
chiste— Qué valiente, atreverse a ocupar el lugar del chistoso oficial; otro
que emigró a ese lugar donde, esperamos, no haya dolor ni aflicción. Nosotros
debemos ahora reír con Quico, que empieza por un …pues esto era… Entonces
salgo de mi melancolía y entro en acción. Es mi turno, siempre comento las
bromas, explicándomelas a mí misma en voz alta, porque soy algo lenta de
reflejos.
—Venga Tere, suelta
tu versión, que no se diga
Lo hago lo mejor que
sé. Y reímos, la risa trae alegría, el champán chisporrotea en la cabeza.
Observo a mi madre; tiene la mirada baja, parece contar las flores del mantel.
—Mamá, tienes que
estar muy cansada, vete a acostar. Nosotras quitamos esto. Reparto general de
besos, mirada húmeda la dirigida a Berni, porque es igual, igual que su hijo.
Todos los sentidos
se alertan en Navidad: las luces que titilan en cada rincón, los villancicos,
el choque de las copas, los sabores viejos, el olor a tabaco de pipa, el tacto
áspero, suave o húmedo de las mejillas… Pero este entramado casi milagroso que
sostiene la Noche Buena y consigue que nuestra cena no naufrague en lágrimas,
eso es cosa del sexto sentido.
Pilar Galindo Salmerón
Escenas de la vida de familia a veces única en el año. Épocas de fraternidad que suelen durar un día de Navidad pero que se recuerdan siempre Alberto.
ResponderBorrarSon las sillas vacías las que más nostalgia producen en esta época. Solo nos salva ver que cada generación va ocupando las de la anterior, como debe ser. ¡Qué dolor cuando se nos van los jóvenes a destiempo!
ResponderBorrarTodo sigue pero no igual las ausencias pesan demasiado y hacen que sigamos los unos por los otros.
ResponderBorrarUn cuento que dibuja perfectamente la nostalgia y el peso de las ausencias.