lunes, 8 de julio de 2019

Las carcajadas - María Zulema Chervaz


Nació el 13 de mayo de 2009. Desde ese momento, mi vida tomó otra dimensión. Me convertí en Abuela. En “Abu”, como ya les había anticipado a familiares y amigos, para evitar que el término “Abuela” me hiciera sentir fuera de época. ¿Cuestión de coquetería? No lo sé. Tal vez, el temor de que me digan “Nona”, que me suena aún más antiguo. He sido objeto de numerosas bromas, como es de imaginar, pero las tengo asumidas.
 Dejando de lado la anterior frivolidad, debo decir que la alegría y el orgullo que me provoca Santiago Agustín, a quien llamo “Santiaguito”, llenan de felicidad mi alma. Su dulzura e inocencia de niño inunda los rincones de mi ser y me despierta al mundo con ojos limpios, corazón de chocolate, sonrisa de azúcar, oído musical. Ya nada es igual. El pequeño angelito ha cambiado mi mirada sobre la realidad.
Siempre fui amante de la fotografía, aunque nunca aprendí a tomar una foto como debe ser. De todas maneras, he tenido una cámara en mis manos desde jovencita y poseo miles de fotos de gran parte de mi pasado y de los lugares que he visitado. Creo que Santiaguito, con su año y cuatro meses de vida ha logrado de mí el doble de las fotografías a las que me he referido. Jamás dejo la cámara cuando estoy con él y lo capto en momentos inesperados o sorpresivos, como sucedió cuando tenía tan sólo un mes y once días de nacido. Mirando al infinito, comenzó a reírse con carcajadas sonoras que le provocaron numerosas lagrimitas que corrían por sus mejillas rosadas de manera inusitada.
No puedo olvidar ese instante que me transportó más allá. ¿Más allá de qué? Lo ignoro. Creo que más allá de mi “ahora”, de mi espacio, de mi corporeidad. Comencé a imaginar el maravilloso espectáculo del que estaría participando. Miles de Seres Alados, transparentes, luminosos, bailarían a su alrededor, jugueteando, riendo, yendo y viniendo entre haces dorados, dando volteretas para hacerlo reír. Un mundo invisible para mí, para mi ser adulto contaminado con lo conseguido a lo largo del tiempo sobre esta tierra que, de una o de otra manera, aleja a la mayoría de los seres humanos de su pureza original.
Anhelé que ese instante perdurara en su corazoncito. Me proyecté hacia su futuro y supe que, inevitablemente, la vida lo llevaría por caminos desconocidos y complejos. Cada vez más complejos y cargados de marchas, contramarchas, curvas cerradas, abismos, precipicios. Desde mi nueva mirada sobre la realidad que, gracias a la existencia de Santiaguito poseo hoy, también sé con certeza que existen las montañas para escalar, las alturas a las que se puede llegar, las estrellas que nos guiñan en las noches, el sol que alumbra nuestros días, las nubes hacia donde volar, las aves, las flores, los verdes de las praderas, con los cuales soñar.
 María Zulema Chervaz

Photo by Crissy Pauley from FreeImages

Hay soledad - María Zulema Chervaz


“Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.”

César Vallejo


La tardecita se ha puesto triste. Mi mano tiembla al colocar la llave en la cerradura de la puerta de calle. Sé que voy a entrar y nadie saldrá a recibirme. La casa está sola, apagada. Mi corazón, apretado, cansado de caminar, sin volar como hace tiempo.
Recorro las habitaciones llenas de muebles y diferentes objetos que aún permanecen allí. Cada uno me habla de alguien o de todos. Llego a la churrasquera. Gigante. Demasiado, para mi gusto. También allí encuentro el silencio. Está vacía…
El hogar se puebla de bulla, de niñez, del verde de gran cantidad de plantas, muchas con flores que forman arcos iris de colores, mezclándose unas con otras. Los niños corren de aquí para allá, jugando a la mancha, a la rayuela, a la ronda, a la pelota. Van llegando los hermanos, cuñados, sobrinos, nietos. Todos con algunas fuentes envueltas en repasadores impecables. Traje esta torta, Susana; Yo, unas empanadas; Aquí hay algo para picar; Aquí tienen… ¡También yo…! Y así sigue la algarabía. Susana, la Nona, prepara la larga mesa con manteles planchados que huelen a menta. Los platos blancos, los cubiertos de acero inoxidable, los vasos de vidrio, van siendo colocados con esmero.
El Nono atiende el asado. El fuego chisporrotea y el olor a leña quemada impregna el ambiente. Los comensales esperan las exquisiteces entre risas, bromas, cuentos, anécdotas. Ni te imaginás las noticias que te traigo; Imagino que no te vendrás con alguna necrológica; Escuchá, si lo hace siempre; Bueno, pero que se venga con alguna buena; Pará, pará, esta vez es un chisme; ¡Eso está bueno! Y las risas de las mujeres se hacen eco entre los árboles del gran patio.
La mesa redonda de hierro y mármol está ocupada por los varones que juegan al truco, en tanto pican quesos y salames de diferentes gustos, acompañados del vino que no falta.
¡A comer! ¡Vamos, vamos! ¡El asado se pasa! Todos apuran el paso, los chicos dejan sus cosas tiradas ahí donde juegan, para volver más tarde, después del helado que ha hecho la Tía, postre preferido de los más pequeños.
La mesa reúne a muchos en alegría que se repite cada domingo. En realidad, no es la mesa. Son los Nonos. El poder de convocatoria les nace de su generosidad, de las manos siempre abiertas al otro, hospitalarias, que han hecho de la casa cobijo para quien pase por ella.  
Otra vez escucho el silencio. Las lágrimas corren por mi rostro limpiando mi congoja. El Nono no está. La Nona se fue, siguiendo sus pasos. Junto con ellos se han ido la bulla, las noticias, el verde, la niñez. Las plantas lucen secas y quebradizas; los niños ya son mujeres y varones que, a su vez, tienen sus propios niños.
Hay algo quebrado en esta tarde que baja y que cruje en mi corazón. Es la presencia que se ha hecho ausencia dejando mi corazón de a pie…
María Zulema Chervaz


Imagen de StockSnap en Pixabay

Angustia - María Zulema Chervaz


“Somos nuestra memoria,
ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.”
Jorge Luis Borges

No quiero dormirme… Cada noche se convierte en un suplicio agotador y, al despertar, no logro armar ese montón de pedazos de espejos que me torturan. Camino por lugares escarpados, cubiertos de maleza, oscuros y desconocidos. Arriesgo la vida paso a paso; aparecen personajes extraños que me infunden miedo profundo, aunque no intentan provocarme daño; siguen su camino como si fueran fantasmas que viajan a la deriva y cargados de tristeza. Los desconozco…
Busco lugares específicos a los que deseo o necesito ir; no los encuentro; camino por diversos senderos, calles de ciudades oscuras, con veredas sucias y viviendas cubiertas de moho; golpeo las puertas de esas casuchas; no hay respuesta; sin embargo, entro en angustiante desesperación por no llegar a ningún lugar seguro.
De pronto, y nuevamente en lugares escarpados, aparece una larga caravana de numerosas personas que caminan a paso rápido. Entre ellas, alcanzo a ver a mi Madre, ya fallecida, que me dice “allá va Papá; debes tener cuidado porque tiene noventa y un años”, señalando una persona muy alta y elegante, de traje oscuro. Corro hacia él gritando “Papá, Papá, ¿te acordás de mí?”; él me mira desde su altura y me dice: “¡Cómo no me voy a acordar, chiquita!” y, tomándome de la mano, continúa su camino conmigo…
Despierto…
María Zulema Chervaz

Imágenes de Foundry Co  y de Clker-Free-Vector-Images en Pixabay