Nació
el 13 de mayo de 2009. Desde ese momento, mi vida tomó otra dimensión. Me
convertí en Abuela. En “Abu”, como ya les había anticipado a familiares y
amigos, para evitar que el término “Abuela” me hiciera sentir fuera de época. ¿Cuestión
de coquetería? No lo sé. Tal vez, el temor de que me digan “Nona”, que me suena
aún más antiguo. He sido objeto de numerosas bromas, como es de imaginar, pero
las tengo asumidas.
Dejando
de lado la anterior frivolidad, debo decir que la alegría y el orgullo que me
provoca Santiago Agustín, a quien llamo “Santiaguito”, llenan de felicidad mi
alma. Su dulzura e inocencia de niño inunda los rincones de mi ser y me
despierta al mundo con ojos limpios, corazón de chocolate, sonrisa de azúcar,
oído musical. Ya nada es igual. El pequeño angelito ha cambiado mi mirada sobre
la realidad.
Siempre
fui amante de la fotografía, aunque nunca aprendí a tomar una foto como debe
ser. De todas maneras, he tenido una cámara en mis manos desde jovencita y
poseo miles de fotos de gran parte de mi pasado y de los lugares que he
visitado. Creo que Santiaguito, con su año y cuatro meses de vida ha logrado de
mí el doble de las fotografías a las que me he referido. Jamás dejo la cámara
cuando estoy con él y lo capto en momentos inesperados o sorpresivos, como
sucedió cuando tenía tan sólo un mes y once días de nacido. Mirando al
infinito, comenzó a reírse con carcajadas sonoras que le provocaron numerosas
lagrimitas que corrían por sus mejillas rosadas de manera inusitada.
No
puedo olvidar ese instante que me transportó más allá. ¿Más allá de qué? Lo
ignoro. Creo que más allá de mi “ahora”, de mi espacio, de mi corporeidad.
Comencé a imaginar el maravilloso espectáculo del que estaría participando.
Miles de Seres Alados, transparentes, luminosos, bailarían a su alrededor,
jugueteando, riendo, yendo y viniendo entre haces dorados, dando volteretas
para hacerlo reír. Un mundo invisible para mí, para mi ser adulto contaminado
con lo conseguido a lo largo del tiempo sobre esta tierra que, de una o de otra
manera, aleja a la mayoría de los seres humanos de su pureza original.
Anhelé
que ese instante perdurara en su corazoncito. Me proyecté hacia su futuro y
supe que, inevitablemente, la vida lo llevaría por caminos desconocidos y complejos.
Cada vez más complejos y cargados de marchas, contramarchas, curvas cerradas,
abismos, precipicios. Desde mi nueva mirada sobre la realidad que, gracias a la
existencia de Santiaguito poseo hoy, también sé con certeza que existen las
montañas para escalar, las alturas a las que se puede llegar, las estrellas que
nos guiñan en las noches, el sol que alumbra nuestros días, las nubes hacia
donde volar, las aves, las flores, los verdes de las praderas, con los cuales
soñar.
María
Zulema Chervaz
Que bien describes la emoción de ser abu, me gustaría copiar el lenguaje pero siento lo mismo que tú tan bien expresas, muy dulce.
ResponderBorrarQué bien expresas la ilusión que producen los nietos, es una manera distinta de querer a esos niños si son hijos o son nietos. Mucho más dulce ser abuela que ser mamá.
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