martes, 15 de septiembre de 2020

Los unos y los otros - Alberto Fernández


Quise imitar el soñado destino de mis amigos y tras un largo viaje, por fin, quise ver las maravillas que, continuamente, me contaron. Mi ansiedad quedó satisfecha al pisar las pulidas baldosas del Aeropuerto. Para mi vuelta debía escribir todas mis sensaciones. Así lo hice.

A pesar de haber nacido en este planeta Tierra, yo allí, era otro. Las putas me rechazaban por creerme circuncidado.

—No eres cristiano, no hay sexo.

También en ocasiones era negro, tal vez por mi tez morena.

—No hago con negros.

‘’La democracia se sustenta en la identidad’’, pintado en carteles y pancartas. Yo no era idéntico, me faltaba mucho para serlo.

Preguntaba en esquinas, bares, cómo ser semejante y nadie me respondía.

—Perdone señor, el reglamento no me permite hablar con extraños —me contestó el policía.

El chofer del taxi me pidió documentos, le respondí que no tenía.

—Entonces baje. No puedo transportar indocumentados.

Cuando quise trabajar, el patrón me dijo:

—Sí, pero no podrá salir del Taller.

—¿Y dónde duermo?

—En el galpón, con los otros.

—Entonces, ¿acá hay otros?

—Quise decir con los demás. Los unos están en la banca, en la política. Usted no nos entiende, la identidad es primordial, no existiría esta gran Nación sin ella.

Comíamos allí carne molida geometrizada traída del ‘’come y vete” más próximo. Todos éramos los otros.

Cuando salí de allí caminé por anchas calles. Entré, con la esperanza de respuestas, en un edificio que parecía un templo. Un hombre, en jean, salió a recibirme.

—¿Desea saber algo de nuestra congregación?

—Mi problema son las dudas —dije.

—El único ideal que aclara las dudas es la Fe, mi querido hermano.

Fue el único que me dijo hermano. Me entusiasmó.

—Dios nos hizo a todos iguales, pero en este país nos permitió diferenciarnos a través de ÉL.

—Y, ¿en qué se diferencian?

—Hay muchas diferencias: negros, ácratas, judíos, musulmanes.

—¿Quién  lo determina, quién es ÉL?

—Obispos, políticos, jueces, todo el poder. No es lo mismo si eres católico, apostólico, romano que disidente, o judío o musulmán. O negro. Rico o pobre.

Al salir encontré un negro. Cuando le pregunté él que era, me dijo, con cierto orgullo: Yo soy afroamericano y usted. Le contesté que yo era italohispanoargentino.  Mi ‘bloodline’.

Crucé la frontera, invisible pero real, con destino hacia algún sitio donde solamente hubiera seres de la raza humana. Hombres o mujeres, daba igual. ‘’Los unos y los otros’’. Cada uno con su personal mochila de ideas.

Alberto Fernández

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martes, 8 de septiembre de 2020

Paro de trenes - Alberto Fernández

La formación de vagones se detuvo en un paradero. Alguien, como si fuera el vocero de la injusticia, exclamó ¡No va más! Algunos ojos rebasaron sus órbitas. Los puños se irguieron. La ira era ya un soplo que acariciaba los rostros. Fuertes gritos demoliendo los silencios. Irreconocibles piedras, proyectadas por ignoradas fuerzas, rompían vidrios que minutos antes reproducían la reyerta. Ladrones, corruptos, no parecían alabanzas.  Maderas y palos habían cambiado su destino original. El fuego, cómplice de la catástrofe, iluminaba a la vez que consumía todo lo ignicio a su paso.  Algunos pasajeros, hombres y mujeres, en exclamaciones de lenguajes olvidados.  Sin líderes, la muchedumbre abrió las compuertas de su paz contenida e irrumpió en las oficinas en desenfrenada escalada.

Yo que me calificaba como un ser no violento y consciente que algo en mí no convenía excitar, arrojé con inusitada fuerza boletos y papeles en las oficinas en llamas del ferrocarril.

Me llevaron como testigo. Sólo pude decir parafraseando a Hamlet ¡Algo huele mal en Dinamarca!

Alberto Fernández

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jueves, 3 de septiembre de 2020

La negada - Alberto Fernández


Llegó a la casita para hablar con ella. Golpeó en la puerta. Sin réplica. ¿Habrá salido a separar las ovejas? Al acercarse a la ventana aparecía la impronta de su propia figura. Estaría con los suyos pero no tenía suyos. ¡Qué cruel la cabaña en ese páramo verde! Pocos árboles. Ni siquiera flores silvestres de colores. Sólo una masa blanca poblada de ovejas. Madres con corderos y corderas. No las pudo apartar.

Sus nudillos en la madera sonaron con fuerza. En otra tentativa tomó el picaporte y le fue concedido el paso. Sin escalas caminó directo al dormitorio. Sobre la cama y en ropas ligeras estaba ella. Clausura de párpados fatigosos de luz. Boca sin besos ni sonrisas. Cuerpo inmóvil. Brazos y piernas sin destino. Negada para siempre al amor.

Alberto Fernández

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