La formación de vagones se detuvo en un paradero. Alguien, como si fuera el vocero de la injusticia, exclamó ¡No va más! Algunos ojos rebasaron sus órbitas. Los puños se irguieron. La ira era ya un soplo que acariciaba los rostros. Fuertes gritos demoliendo los silencios. Irreconocibles piedras, proyectadas por ignoradas fuerzas, rompían vidrios que minutos antes reproducían la reyerta. Ladrones, corruptos, no parecían alabanzas. Maderas y palos habían cambiado su destino original. El fuego, cómplice de la catástrofe, iluminaba a la vez que consumía todo lo ignicio a su paso. Algunos pasajeros, hombres y mujeres, en exclamaciones de lenguajes olvidados. Sin líderes, la muchedumbre abrió las compuertas de su paz contenida e irrumpió en las oficinas en desenfrenada escalada.
Yo que me calificaba como un ser no violento y
consciente que algo en mí no convenía excitar, arrojé con inusitada fuerza
boletos y papeles en las oficinas en llamas del ferrocarril.
Me llevaron como testigo. Sólo pude decir
parafraseando a Hamlet ¡Algo huele mal en Dinamarca!
Alberto
Fernández
La violencia no es de los que la ejercen, si no de los que la provocan. Esto es eterno como la vida, lo describes muy bien. Pilar
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