martes, 8 de febrero de 2022

Ella - Olga Cortez Barbera


Le digo que sí, me dice que no; le digo que no, me dice que sí. Por lo general, gana ella. Ha sido nuestro juego desde que decidimos compartir la vida. Me había enamorado unos años antes. Mientras la Maestra nos instruía en los artificios de la multiplicación y el mundo cambiaba para mí, comencé a amarla sin saberlo.

Papá murió al finalizar la Primaria y tuvimos que mudarnos a casa de una tía, lejos de la ciudad. Por las circunstancias y apenas tener la edad, debí mezclar el estudio con el trabajo. No quedaba espacio para dedicarme a ella. Pero, las Moiras, tejedoras de destinos, tenían otros planes. Mamá y tía unieron sus esfuerzos para que yo pudiera estudiar Arquitectura. Ingresé a la Universidad.

Al poco tiempo entendía que los tratados sobre diseños arquitectónicos no eran para mí. Una tarde, dejé el libro a un lado y me tiré sobre la grama. Los alumnos corrían a clases o estudiaban en los pasillos. Entre las voces y las risas en los recintos del saber, parecía que la existencia llevaba alas de mariposas. Me pregunté si, como yo, habían elegido una profesión que les permitiera el estilo de vida que sus padres anhelaban. Casi me dormía, cuando escuché la voz:

—¡Hola!      

El corazón me dio un vuelco y supe que nada me separaría de ella. La tristeza que me había invadido cuando tuve que dejarla, emergió para transformarse en una dulce emoción. En ese instante supe cuánto la había extrañado. Intuí que el futuro ya no podía ser otro, a pesar de los gritos de mamá y los lamentos de mi tía. Antes de abandonar la residencia estudiantil, me aseguré de encontrar un empleo y otro lugar donde vivir.

Ahora, en la soledad de la habitación, me rindo sin condiciones. La inexperiencia me lleva a suponer que, por el hecho de tenerla conmigo, es mía. Luego, entiendo que sólo puedo poseerla si ella lo acepta. Su alma, libre y voluble, la lleva a desaparecer en cualquier momento.

Cuando no lo hace, todo es magia. En su presencia, la habitación desconoce de fronteras. No obstante, basta que algo le parezca contradictorio para que me hunda en la desesperanza. Siempre insisto en revertir la situación. Poco le importan las noches que pasamos creando mundos a nuestro antojo. Huye y yo quedo prisionero de la angustia.

En su ausencia, pierdo el apetito. Me lanzo en la cama, extrañándola profundamente, Cuando creo que casi perezco por su ausencia, aparece:

—¡Levántate!

Entonces, olvido el cansancio y me pierdo en ella…

No siempre es así, hay momentos en que el cuerpo ya no da y, frente a sus exigencias, le digo con honestidad:

—No puedo más...

Se revela y usa sus artilugios. Me llena la cabeza de impulsos locos, hasta que es imposible que continúe. Por temor a que se vaya de nuevo, la aprieto como a una naranja. Es inútil, me abandona, hundiéndome en la impotencia.

Si llega, estoy a su disposición. Corro a su encuentro, aunque descuide mis responsabilidades laborales. Me despojo de todo lo que no sea su compañía. Me inclino a su voluntad y pienso: Empleos hay montones; como ella, nadie más.

Sucede lo contrario si es ella la que se niega. Sin una pizca de piedad, exclama:

—¡Cuando digo no, es no!

Oscurece. Estoy frente a la computadora, en tanto ella va comentando sobre lo que escribo: Así está bien…No me gusta esa frase… Deja que hable el alma… Ay, no, ¡qué aburrido eres!... Mejor me marcho…

Suplico:

—No te vayas, por favor.

Coquetea:

—Sabes como soy —suelta su carcajada etérea—. Cuando lo desee, volveré.

Debo aceptarla como es. Las musas son así, volátiles, independientes. La mía… ¡Qué les puedo decir! A veces, irreverente, otras, caprichosa. ¡Siempre, imprescindible! Lo intuí aquella mañana de infancia, en el salón de clases, cuando en vez de multiplicar, quise escribir un cuento y ella lo hizo conmigo.

Olga Cortez Barbera

Imagen de Rahmat Damanik en Pixabay 

miércoles, 26 de enero de 2022

Me gusta cuando callas, Mariví - Pilar Galindo Salmerón

Tus cejas, cuando callas, son como alas en vuelo inmóvil. Tus ojos color de miel, son para mí caramelos que ansío besar. A Dios debió faltarle una pizca de barro, para completar tu nariz, tan chiquitilla, que más parece un adorno que hecha para respirar.

Tienes una linda boca, de labios finos y tiernos, con ese pellizquito en el centro que está diciendo: 

-¡Cómeme!

Pero, Mariví querida, no eres la misma cuando te posee el dios de la palabra. Entonces tus cejas son líneas quebradas, que nublan la belleza de tu mirada, la naricilla se abre anhelante, para gestionar el aire que tragas a bocanadas y tus labios se tensan, como la cuerda de un arco listo a ser disparado. Al principio, te escucho y, como hay cosas que no me convencen, pretendo discutirlas contigo, pero es imposible, ese vendaval de palabras que expeles, no tiene fisuras. Nada puedo decir y tú, incansable, me recuerdas aquellas películas antiguas, de los viejos trenes, en las que un actor grita:

-¡Más madera! 

Tú pareces requerir más palabras, para emplearlas en esa batalla contra todos. Cuando ya no pretendo intervenir, escucho retazos de tu discurso y me alcanzan adjetivos, que dan frío, también oigo nombres conocidos, vapuleados o bajados a un subsuelo que, en mi opinión, no merecen. 

La voz y la palabra son hermosas herramientas para conversar, tú las utilizas como argumentos arrojadizos, que cortan la respiración. Te recuerdo cuán bellas pueden ser las voces, infinitamente útiles y precisas. Respétalas Mariví, no las canses, no sea que se vuelvan silencio para ti.

 Cuando un beso invisible te cierra la boca, eres la dueña de mi alma, pero Mariví, ¡¡Cállate!!


Pilar Galindo Salmerón

Image by philm1310 from Pixabay

martes, 25 de enero de 2022

Vista aérea - Florencia Pérez Declercq

Lo primero fue un picor fortísimo en los ojos y luego un aire cálido y sólido en la espalda que me elevó muy por encima de mis posibilidades. Todo lo veía prístino, con unos colores imposibles y en planos que se superponían como transparencias espejadas. Una visión cenital del mundo, vasos comunicantes, claroscuros. Todo era un rompecabezas desordenado.

Mario ordena el galpón y tira, entre otras cosas, ese tornillo que le está haciendo falta a Ezequiel que se quedó en la ruta, en medio de la nada, con un calor que derrite las ideas.

 Mientras que para Yael, esa media hora hubiera sido la gloria, las tardes de Susana son un reloj de arena atascado.

 Marina no pudo tener hijos. Le sobran torrentes de ternura. Lautaro anduvo de hogar en hogar, pero le falta cobijo, alguien a quien llamar mamá.

 A Miguel le encanta cocinar, pero detesta hacerlo para él solo; A Alicia le gustaría tanto que alguien le cocine algo rico.

Martín rechaza las solicitudes de amistad de Facebook; entre ellas la de una tal Rosita Carrasco, la misma que Haydeé busca desde hace cuarenta y dos penosos años; desde el preciso día en que las separaron en el hogar de menores, allá en Corrientes.

A Rocío le faltan tres frasquitos para completar los veintinueve. Quería hacerles unos regalitos a sus nenes de jardín. Patricia está harta de que el hijo junte porquerías. En una bolsa de consorcio negra deja en la calle revistas viejas, zapatillas en desuso, tres frasquitos…

La luz del amanecer atraviesa, filosa, la cortina. Al borde de la cama, unos anteojos rotos.

Florencia Pérez Declercq

Photo by Tom Fisk from Pexels


domingo, 23 de enero de 2022

El negador de negados - Alberto Fernández

 

Pensó en todas las mentiras que invadieron su vida. En ideas sin resolver, el papel sin escribir y el libro sin abrir. El maestro, que repite el mentiroso teorema del triángulo. La mendaz historia de los griegos que, por su lejanía en el tiempo, era imposible recordar. El indemostrable origen de las especies.  La antigüedad, dudosa, de la presencia del hombre en la Tierra. El falsario código del abogado y la impostora e insidiosa prédica del misionero.

Solo creyó en la inexistencia de la muerte. No pudo demostrarlo.

 Alberto Fernández

Photo by Jesus Alejandro Moron Guadarrama from Pexels