Lo primero fue un picor fortísimo en los ojos y luego un aire cálido y sólido en la espalda que me elevó muy por encima de mis posibilidades. Todo lo veía prístino, con unos colores imposibles y en planos que se superponían como transparencias espejadas. Una visión cenital del mundo, vasos comunicantes, claroscuros. Todo era un rompecabezas desordenado.
Mario ordena el galpón y tira, entre otras cosas, ese tornillo que le está haciendo falta a Ezequiel que se quedó en la ruta, en medio de la nada, con un calor que derrite las ideas.
Martín rechaza las solicitudes de amistad de Facebook; entre ellas la de una tal Rosita Carrasco, la misma que Haydeé busca desde hace cuarenta y dos penosos años; desde el preciso día en que las separaron en el hogar de menores, allá en Corrientes.
A Rocío le faltan tres frasquitos para completar los veintinueve. Quería hacerles unos regalitos a sus nenes de jardín. Patricia está harta de que el hijo junte porquerías. En una bolsa de consorcio negra deja en la calle revistas viejas, zapatillas en desuso, tres frasquitos…
La luz del amanecer atraviesa, filosa, la cortina. Al borde de la cama, unos anteojos rotos.
Florencia Pérez Declercq
Tu cuento nos deja la esperanza de un mundo coordinado, donde todos puedan dar lo que necesita otro y recibirlo del mismo modo.
ResponderBorrarUna utopia preciosa ¿posible?.PILAR