Me llamo Patricio y quiero ser periodista deportivo. Como ustedes
comprenderán, no voy a firmar mis crónicas con ese nombre tan antiguo, así que
llámenme Patri, por favor.
Mañana tengo un examen, es la madre de todos los exámenes.
No puedo fallar, es mi última oportunidad.
Cuando le dije a mi padre que quería estudiar periodismo, se quedó
muy sorprendido.
–Pero si a ti no te van las letras, Patri, ni siquiera te gusta
leer.
–Quiero ser periodista deportivo, papá, estaré al tanto de todas
las competiciones, me pondré al día del mundillo deportivo, no te preocupes,
estoy seguro de lo que quiero.
Don Augusto es el profesor más hueso de los que tenemos en el
curso. Nos da Lengua y Literatura. El primer día de clase, nos dijo que los
periodistas que salen de su aula son buenos profesionales, porque llevan un
bagaje cultural que los coloca a la altura de los mejores. Este profe da unas
clases muy amenas, se ve que es un enamorado de su asignatura. También le
gustan mucho las citas, demasiadilla verán, ya verán.
Primer examen:
–Escriban libremente sobre la autora de estos versos: “Queredlas
cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis”
–Pista:
quien escribe es una monja, allende los mares, y adelantada a su tiempo.
Recordaba
que don Augusto había comentado esa poesía con mucho entusiasmo, por cierto,
pero de ahí a saber quién la había escrito, había un trecho. Pensé y repensé
sobre la pista de que se trataba de una monja, porque eso de los mares, no me
decía nada. Recordé a Santa Rita, abogada de lo imposible, pero de ella no
había hablado el profesor, así que no podía ser. Entonces me vino la
inspiración. ¡Teresa de Jesús! No podía ser otra, y sobre ella escribí lo que
sabía, que no era mucho, pero sí lo suficiente para aprobar.
Cuando el Prof. me entregó el examen corregido, vi en la primera
hoja un dos, encerrado en un círculo rojo. Y algunos comentarios:
–Lástima que la autora de los versos sea sor Juana Inés de la
Cruz, porque de Teresa de Ávila –no allende los mares– si sabe usted algo. Le
aconsejo que estudie a Sor Juana, es la primera feminista, ahora su obra
estaría de moda.
No me desanimó este primer suspenso, el curso acababa de empezar,
ya tendría tiempo de superarlo. Mi padre, en cambio, no pensaba lo mismo.
--Ya te dije yo, que lo tuyo no son las letras, Patri, vas a tener
problemas.
Para evitarme los problemas que auguraba mi padre, empecé a
preparar unas fichas de datos, sacados de Internet, de los autores que don
Augusto consideraba imprescindibles. Al mismo tiempo, busqué sinopsis de las
obras que él había recomendado leer. Eran tantas, que ni aún dedicándole a la
lectura todas las horas del día, habría podido abarcarlas. Les dejo una
muestra, ustedes juzgarán.
Las ya citadas Sor Juana Inés y Teresa de Jesús, Fray Luis de
León, Quevedo, Larra, Menéndez Pidal, Clarín, Unamuno, Ortega, Juan Ramón
Jiménez… y como recomendación especial, “El Principito”, un libro, según el
profe, lleno de belleza y sabiduría.
Segundo examen:
–Escriban libremente sobre el profesor que empezó su clase, después
de una larga ausencia, con esta frase: “Como decíamos ayer”. Pista: Fue
pronunciada en la Universidad de Salamanca, en el aula que hoy, lleva su
nombre.
Esta vez me pareció que no era tan difícil dar con el autor de la
frase, por supuesto, no me acordaba de quién la dijo, pero con la pista de la
Universidad de Salamanca, en seguida pensé en Unamuno, que fue rector en esa
universidad y lo largaron de allí por motivos políticos. Es lógico que al
volver, para no meterse en líos, dijera a modo de saludo –como decíamos ayer–
que es igual que decir –borrón y cuenta nueva–.
Cuál no sería mi desilusión, cuando vi un cero encerrado en el correspondiente
círculo rojo al darme los folios el profesor.
–Lo que usted ignora Patricio, lo saben todos los japoneses que
vienen con sus maquinitas a hacerse fotos en el aula de Fray Luis de León.
A grandes males, grandes remedios, me preparé el tema del dichoso
fraile y me fui a ver a don Citas, se había ganado el apodo.
Le dije al profe que no me parecía justo que el hecho de no
recordar una frase, llevara al suspenso, sin tener en cuenta si me sabía o no
el tema.
Don Augusto me miró con sus ojos siempre empañados, como cercanos
al llanto y dijo.
–Yo no quiero que usted
sepa unos cuantos datos de los escritores que estudiamos, quiero que puedan
penetrar, aunque solo sea un poco, en sus almas. De ahí las citas, que dicen de
ellos más que unas cuantas fechas. Siento que usted no lo vea así.
Cuando me vi cerca del tercer examen, amplié mis apuntes con todo
aquello que pudo decir el personaje en cuestión y que quedara para la
posteridad. También releí las sinopsis, buscando esa frase peliaguda que podía
poner el profesor la próxima vez. Yo no podía hacer más.
Tercer examen:
–Escriban libremente sobre el autor de este verso: “No la toquen
ya más, así es la rosa”.
–Pista: además de gustarle las rosas, era amigo de un borrico de
pelaje plateado.
Como ya era habitual, no sabía a quién pertenecía el verso de la
rosa. Sin ponerme nervioso empecé a repasar mentalmente todas las clases que
nos había dado don Augusto y solo me aparecía una rosa.
En la historia del Principito, ese chaval que se cambió de planeta
a causa de una rosa con la que se había enfadado. Y luego volvió a toda prisa
para cuidarla. Podía cuadrar. Pensando en la pista, me acordé que en esa
historia salía una serpiente y también otro animal que era amigo del
Principito, ¿por qué no podía ser un borrico? Pensé que no tenía mala pinta. No
obstante, volví a pensar, volví a repasar y a concentrarme. Nada rechinaba,
todo en orden, esta vez acierto –me dije–.
Esperaba con impaciencia el día en que el profe diera las notas.
Empezó, como siempre, a repartir los exámenes calificados. Me dejó para el
final. Estábamos él y yo solos en la clase. Me extendió el papel, mirándome
fijamente.
Esta vez, se trataba de Juan Ramón Jiménez. Tenía un cero enorme,
sin círculo alrededor. Lo miré desconcertado.
–Usted
quiere ser periodista deportivo ¿verdad?
–Sí
señor, le contesté sin saber qué pensar.
–Dígame,
Patricio, ¿por qué Cristiano no para ahora ningún balón, ni aunque le venga a
las manos?
No
pude menos de sonreír y decirle al profesor que Cristiano no era portero.
–Cómo
se ve que no le gusta a usted el fútbol.
Don
Augusto me miró muy serio y me dijo:
–Ni a
usted la Literatura.
Me
quedé mudo, fue él quien habló, me señaló lo que había escrito en el examen,
además del 0.
–Estos
dos libros se los lee usted enteros, Patricio, enteros ¿Me entiende?
–En
el caso de que quiere presentarse al examen de septiembre.
Sí,
señor –atiné a decir mientras leía: Platero y yo, El principito–. Que me llamen
Patricio, me da mal fario.
Esta
broma del deporte me ha hundido
¿Qué me
dicen ustedes, tienen razón mi padre y don Augusto? ¿Sigo erre que erre con lo
mío?
Pilar Galindo Salmerón