Se estremeció cuando el carro
militar se detuvo frente a la casa. Alejandro le había anunciado en la última
carta su regreso en abril, mes previsto para la boda. Pero aún faltaban dos
meses. Quizás por sus méritos le habían anticipado el fin de su misión, pensó.
Lo vio descender con dificultad y corrió a su encuentro.
—¡Amor, qué sorpresa! ¿Estás
herido? —dijo después del abrazo y el beso con cierto desgano de él.
Se encaminaron hacia la casa. Una
mujer los esperaba en el umbral con los brazos abiertos, una sonrisa y un grito
de alegría. Un chico de unos trece años irrumpió y se unió al nudo del regreso.
Entraron. El chico no apartaba los ojos de las medallas que relucían en el
uniforme militar. Un hilo acuoso brotaba por un extremo de sus labios mientras
se lo imaginaba en la bruma de la pólvora y los rumores del combate. Iba a
decir algo, pero la mujer le enjugó la secreción, y dijo:
—Tu mamá se habrá maravillado,
aunque estés más delgado y haya más tristeza en tus ojos. La guerra es dura y
lejos de la familia. No sé cuántas cartas te hizo Patricia. Tuyas llegaron unas
pocas. Si vieras el cuarto para cuando se casen. Ven.
Él no respondió, bajó la cabeza y
se dejó caer en una silla.
—Te ayudamos —continuó la mujer
ofreciéndole una mano—. Ven.
—No insistas, mamá.
La mujer temió que algo grave
escondía. ¿Las secuelas de otras heridas? Por eso su frialdad y tristeza. Sé
cómo fue la despedida con Patri. Ella me lo confesó. Su padre no lo sabe. Es
su joya más preciada. Gracias a Dios que
no la preñó. Ha regresado y parece otro. Siempre tan alegre y cariñoso. ¿Acaso
la guerra mata los sentimientos? ¿Acaso aunque se vuelva, nunca se regresa? Sea
lo que sea se tiene que casar.
—¿Mamá, qué pasa? —inquirió la
hija.
—Nada, nada.
Tampoco para Patricia pasó
inadvertida la tristeza e indiferencia del novio. Se lo atribuía a la guerra. Sus
cartas traían olor a pólvora y añoranza. El amor sería el remedio que le
iluminaría el alma. Ya no sería como la noche presurosa del adiós. Entonces sí
su simiente germinaría como una semilla corazón en su vientre.
El chico hizo un gesto para
quitarle la gorra, pero él le sujetó la mano, y dijo:
—No, no, por favor.
La mujer volvió a pensar, ahora
con desenfado: "¿Qué carajo le pasa?
El niño está con su bobería, admirado por su llegada. ¿Será que no habrá boda? ¿Otra mujercita en su
camino? Allá también había mujeres y tanto tiempo sin coger. Quién sabe.
Pero…"
Se oyó el sonido de un claxon.
Patricia corrió hacia la ventana.
—¡Es el carro militar! —exclamó.
Alejandro se puso de pie. Le
revolvió los cabellos al chico, besó las mejillas de Patricia y de la mamá.
—Se me acabó el tiempo —dijo.
Las mujeres se miraron aturdidas;
el chico lo abrazó y sintió algo en sus manos que no sabía expresar.
—¿Te vas tan pronto? —Inquirió la
mujer, y continuó—: No vas a esperar aunque sea un café e invitar al compañero.
—No. Seria molesto para él.
—¿Quién es?
—De la guerra.
—No entiendo.
—Mamá, son cosas de militares.
El esbozó una sonrisa como quien
quiere estar alegre.
La mujer del desenfado pasó al
enigma. ¿Qué secreto misterio escondía?
La gorra enterrada ocultando la mirada.
¿Acaso adquirió alguna enfermedad?
Esa tierra es de brujos. De allá trajeron la brujería, el grajo y se
mezclaron con otros y otros y se armó tremendo ajiaco.
—Alejandro, hijo, estás aquí con
los tuyos —dijo, y casi suplicante—: ¿Qué te pasa? ¿Qué ocultas?
Él estrujó los labios, tratando de
evitar la fuga de lo que no podía decir.
—Me tengo que ir. Ese ha tenido
demasiada paciencia. —dijo, y se encaminó hacia la puerta.
—¿Es tu jefe?
No pudo más, y dijo:
—Es el señor del mundo, de las sombras…
La mujer se
persignó y lo vio alejase renqueando hacia el carro militar.
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De la guerra no hay regreso, aunque se vuelva... Qué triste, Jesús, pero tan real.
ResponderBorrarQué gusto leerte de nuevo, Jesús. Poético y misterioso. Alejandro tenía un permiso breve para despedirse, debía volver al reino de las sombras y por la tristeza, no parece que vuelva a gusto. Muy bueno,muy propio de tu.
ResponderBorrarPilar.
Me alegró volver a leerte. No hay duda que este cuento tiene tu estilo enigmático y tan particular. Final contundente y desgarrador, sin duda.
ResponderBorrarUn abrazo.
¡Querido Jesús, qué lindo encontrarte nuevamente en tus enigmáticos cuentos! Coincido con Martha respecto del final. Excelente. Un abrazo muy grande. MARITA.
ResponderBorrar¡Querido Jesús, qué lindo encontrarte y poder leerte en este sitio! Me ha gustado tu enigmático cuento; coincido con Martha respecto del final. Te felicito. Un abrazo grande. MARITA.
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