
Sin nadie que pueda ayudarla, trata de moverse, pero
las extremidades no le responden. Parálisis total. Dos niños corren por la
playa. Se detienen frente a lo inesperado y observan. “Parece muerta”, dice
uno. “Mejor nos vamos”, dice el otro. Siguen su carrera, salpicándola de agua y
arena, riendo a carcajadas, que se confunden con la algarabía de las gaviotas,
los gritos de los espectadores de la competencia de veleros y la reverberación
del mediodía. Los cangrejos salen de las piedras húmedas y se acercan a la
figura yerta. Uno le muerde un brazo. Ella se asusta, no puede hacer nada para
alejarlo. Bajo el astro que no se mueve, siente que se sofoca. Desde donde
está, podría contemplar la curva del horizonte. Más le interesa el mar. ¡Cómo
le gustaría nadar en el vientre de algas y corales, terminar con la crueldad de
los cangrejos y protegerse del sol!
Se resigna. Todo acabará pronto. La vida ya no es
una línea recta que termina sin sentirlo. Es asfixia, es ardor, es sufrimiento.
Sólo para ella, en esos minutos que le restan de los otros, desde que cayó
sobre la arena, a expensas de lo que quiera darle el destino. El sol sigue en
su sitio, la competencia aún no termina, las gaviotas se elevan después de
atrapar los peces… Ella se irá y el mundo no bajará el ritmo. Alguien casi pasa
de largo. Como hicieron los niños, se detiene y la observa. La mueve de un lado
a otro. “¡Aún hay esperanzas!”, exclama. Sin dudarlo un instante, la toma de un
extremo y la lanza al agua. La vida renace en la estrella de mar que vuelve a
su castillo de coral.
Olga Cortez Barbera
Una acción, una palabra, un gesto puede ser insignificante para un ser pero de suma importancia para otro. ¡Lindo, Olga!
ResponderBorrarfinal sorpresivo, cualquier ser vivo sufre y siente las quemaduras del sol el miedo y por fin ese final feliz que me encanta. Pilar
ResponderBorrarMuy bello tu cuento, no debería sorprenderme de alguien que escribe como vos.
ResponderBorrarFelicitaciones.