“Somos nuestra memoria,
ese quimérico museo de
formas inconstantes,
ese montón de espejos
rotos.”
Jorge Luis Borges
No
quiero dormirme… Cada noche se convierte en un suplicio agotador y, al
despertar, no logro armar ese montón de pedazos de espejos que me torturan.
Camino por lugares escarpados, cubiertos de maleza, oscuros y desconocidos.
Arriesgo la vida paso a paso; aparecen personajes extraños que me infunden
miedo profundo, aunque no intentan provocarme daño; siguen su camino como si fueran
fantasmas que viajan a la deriva y cargados de tristeza. Los desconozco…
Busco
lugares específicos a los que deseo o necesito ir; no los encuentro; camino por
diversos senderos, calles de ciudades oscuras, con veredas sucias y viviendas
cubiertas de moho; golpeo las puertas de esas casuchas; no hay respuesta; sin
embargo, entro en angustiante desesperación por no llegar a ningún lugar
seguro.
De
pronto, y nuevamente en lugares escarpados, aparece una larga caravana de
numerosas personas que caminan a paso rápido. Entre ellas, alcanzo a ver a mi
Madre, ya fallecida, que me dice “allá va Papá; debes tener
cuidado porque tiene noventa y un años”, señalando una persona muy alta y
elegante, de traje oscuro. Corro hacia él gritando “Papá, Papá, ¿te acordás
de mí?”; él me mira desde su altura y me dice: “¡Cómo no me voy a
acordar, chiquita!” y, tomándome de la mano, continúa su camino
conmigo…
Despierto…
María Zulema Chervaz
Esta historia pertenece a tu nueva forma de escribir, llena de misterio, sueños, pesadillas y ese deseo de volver al principio, a nuestros padres. Muy bueno, Pilar.
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