“Hay soledad en el hogar
sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.”
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.”
César
Vallejo
La
tardecita se ha puesto triste. Mi mano tiembla al colocar la llave en la
cerradura de la puerta de calle. Sé que voy a entrar y nadie saldrá a
recibirme. La casa está sola, apagada. Mi corazón, apretado, cansado de
caminar, sin volar como hace tiempo.
Recorro
las habitaciones llenas de muebles y diferentes objetos que aún permanecen
allí. Cada uno me habla de alguien o de todos. Llego a la churrasquera.
Gigante. Demasiado, para mi gusto. También allí encuentro el silencio. Está
vacía…
El
hogar se puebla de bulla, de niñez, del verde de gran cantidad de plantas,
muchas con flores que forman arcos iris de colores, mezclándose unas con otras.
Los niños corren de aquí para allá, jugando a la mancha, a la rayuela, a la
ronda, a la pelota. Van llegando los hermanos, cuñados, sobrinos, nietos. Todos
con algunas fuentes envueltas en repasadores impecables. Traje esta
torta, Susana; Yo, unas empanadas; Aquí hay algo para picar; Aquí tienen…
¡También yo…! Y así sigue la algarabía. Susana, la Nona, prepara la
larga mesa con manteles planchados que huelen a menta. Los platos blancos, los
cubiertos de acero inoxidable, los vasos de vidrio, van siendo colocados con
esmero.
El
Nono atiende el asado. El fuego chisporrotea y el olor a leña quemada impregna
el ambiente. Los comensales esperan las exquisiteces entre risas, bromas,
cuentos, anécdotas. Ni te imaginás las noticias que te traigo; Imagino
que no te vendrás con alguna necrológica; Escuchá, si lo hace siempre; Bueno,
pero que se venga con alguna buena; Pará, pará, esta vez es un chisme; ¡Eso
está bueno! Y las risas de las mujeres se hacen eco entre los árboles
del gran patio.
La
mesa redonda de hierro y mármol está ocupada por los varones que juegan al
truco, en tanto pican quesos y salames de diferentes gustos, acompañados del
vino que no falta.
¡A
comer! ¡Vamos, vamos! ¡El asado se pasa! Todos
apuran el paso, los chicos dejan sus cosas tiradas ahí donde juegan, para
volver más tarde, después del helado que ha hecho la Tía, postre preferido de
los más pequeños.
La
mesa reúne a muchos en alegría que se repite cada domingo. En realidad, no es
la mesa. Son los Nonos. El poder de convocatoria les nace de su generosidad, de
las manos siempre abiertas al otro, hospitalarias, que han hecho de la casa
cobijo para quien pase por ella.
Otra
vez escucho el silencio. Las lágrimas corren por mi rostro limpiando mi
congoja. El Nono no está. La Nona se fue, siguiendo sus pasos. Junto con ellos
se han ido la bulla, las noticias, el verde, la niñez. Las plantas lucen
secas y quebradizas; los niños ya son mujeres y varones que, a su vez, tienen
sus propios niños.
Hay algo
quebrado en esta tarde que baja y que cruje en mi corazón. Es la presencia que
se ha hecho ausencia dejando mi corazón de a pie…
Me has hecho recordar mis visitas a la que fue casa de todos y quedó vacía. ¿ porqué duele tanto el recuerdo de lo que se fue, porqué las escenas alegres recordadas nos ponen tristes ?
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