martes, 25 de agosto de 2020

Inapelable - Idania Pérez

Debí ponerme una ropa que viniera mejor con mi figura y en la cara, gestos más discretos para alumbrar la felicidad que tengo. No todos los titulares son condescendientes y, mirando los medios, sin dudas, no me favoreció ni ropa ni gestos. Tampoco pensé que esta historia tan personal alguien la subiría a las redes sociales. ¡Conductas de humanos!

…Sabes que he sido…que soy un hombre con suerte, bueno, como sea, eso…eso mismo. ¡Nada! Ha resultado un dilema inesperado a mis cincuenta años. Es cierto, pasó y las redes sociales son divulgación, fama, enredo, un poco de más, un poco de menos. Todos esperando mi versión.

No siempre fui esta persona de apariencia tranquila que ves aquí. No. Las tijeras no cayeron en mis manos desde un sueño fácil. Las tijeras, mis fieles compañeras, las conquisté después de poner pan en la mesa de mi madre con otras especialidades más difíciles, menos atractivas, en los límites de la legalidad. Vendiendo tabaco a turistas, ventas que nos dieron una vida mejor. Nací más pobre que la tristeza, no tienes idea del sitio campestre en el que me criaron mis padres. De esas vecindades donde se pide la sal y el hielo, porque es la riqueza que posee otro y comparte. Miraba la televisión en casa de vecinos más prósperos. Mi hermana y yo, nos acomodábamos en el piso, encantados con la trasmisión de cualquier programa hasta que nuestra madre nos llamaba para comer y dormir. Las manualidades fueron siempre mi salvación, pero fueron ellas, las tijeras, quienes me hicieron famoso.

Comencé pelando a mi hermana a escondidas. Luego, a sus compañeras de clases, después a mi abuela y a las amigas. Una traía a la otra. Un día, mi madre me regaló su espejo y el taburete viejo del abuelo. Reliquias, que pasaban de generación en generación. Ponles tu huella tambiénpero estudia para que además de pelar, sepas hablar con tu clientela, ordenó. Nuestra pobreza fue desapareciendo detrás del manejo de mis dedos y de los cursos de superación.

Mi madre es el mayor tesoro que he tenido. Nunca cuestionó ninguna acción de sus hijos. Miraba a los ojos para hablarme: Ramón, piensa siempre antes de hacer. Ramón, las consecuencias son una tela de araña que te atrapan por la garganta. Cuando le presenté a Toni como mi amigo, nos miró sonriente como si lo esperara. Luego puse en el baño su cepillo de dientes. Me vio por encima de los espejuelos y dijo: A partir de hoy, yo usaré el baño del fondo.

Así fue mi madre, recta pero amorosa, y respetó a Toni siempre. En su lecho de muerte hizo salir a todos; tomó mis manos entre las suyas y me dijo: necesito que escuches.

Sumiso a su amor y deshecho ante la posibilidad de perderla, respondí: lo que quieras.

─Hijo, ¿recuerdas aquella guajirita que vivía en el pueblo donde naciste? Estela, creo que se llamaba ─preguntó mirando a mis ojos. He sabido que, su hija de veinte años, tiene un increíble parecido a nosotros. Continuó firme. ─¡Quiero que averigües todo, te asegures y actúes como corresponde!  Midiéndome desde la mirada entre pestañas, emitió un ronquido como gesto de descanso eterno.

Creo que, porque los hijos caminamos con el peso de los pasos propios, no hice con eso nada. Enfriarlo. Toni y yo emigramos a Miami diez años después. Mientras mejor nos iba, no sólo sentía el dolor de la ausencia de mi madre, también la fuerza de su mirada. Un sábado, compartí mi secreto con Toni y el compromiso de rescatar la verdad. Fui firme en el deseo de cumplir y asimilar lo que vendría de ser cierto. No hizo comentarios. Esa noche no regresó a casa. Habíamos pasado por muchas cosas buenas y malas juntos, en Cuba, en Estados Unidos. Él, con su agencia de viajes y yo, con la peluquería que fue creciendo y permitió nuestra vida holgada. Los hijos no entraron nunca en los planes de la pareja. En la noche, no dormí. Cuando logré pescar un sueño ligero, mi madre continuaba con la vista fija en mis movimientos. Por la mañana, unos golpes en la puerta sacudieron mi sueño. Toni había vuelto. 

¡No fue tu mejor noche parece! dijo con una mirada de tristeza. Iremos por tu hija. Si es cierto, entraremos en su vida y ella en la nuestra.

Si es cierto y si quiere aclaré yo, contento de su actitud.

Preparamos viaje. Consultamos una clínica que realizaba examen de ADN. En busca de las pruebas y las respuestas necesarias nos fuimos a Cuba.

Toni me aconsejó que averiguara sobre la muchacha con los vecinos... Claro, no era una niña, era una joven de treinta y cuatro años. Ingeniera de profesión, según nos dijeron, porque allí, no conocíamos a nadie. Toqué el timbre de la puerta, no quise tener testigo de una conversación que no sabía cómo iniciar, ni cómo terminar.

Ella abrió la puerta. Tuve la seguridad de que el corazón se me había encaramado en las sienes. Casi pierdo el conocimiento. Frente a mí, una joven, sostuvo una sonrisa que me transportó a la fiesta más antigua en la que yo bailé una vez. Sus ojos, las cejas y la frente, eran las de mi madre, pero sus gestos inocentes, su figura de apariencia frágil, eran las de la única mujer con la que había, tú sabes, eso… Era la Estela que me perseguía, desde que tomé la decisión de honrar la duda que mi madre puso en mi mente.

Dos niños, uno pequeño y otra de mediana edad, estaban dispuestos a participar en cualquier conversación que yo fuera a sostener.

Buenas tardes susurré. Ella me invitó a pasar. Seré breve argumenté como si pudiera. Volví a mirar su sonrisa. Debí parecer bastante torpe, porque los niños fueron enviados a jugar al cuarto.

No sé si me conoces traté de ganar tiempo al discurso preparado.

Eres el peluquero de donde vivían mis abuelos, te conozco, hace tiempo te fuiste para Miami, creo me interrumpió.

Si claro, me conoces. Traté de reír con una mueca.

Y… ¿tus padres? le pregunté, temiendo que salieran de cualquier parte de la casa.

Murieron dijo bajando la voz

¿Los dos?

¡Los dos! Hace un tiempo ya, primero mi madre y después mi padre, argumentó ante el interrogatorio. Levanté mis cejas, un gesto que era muy común en ella, al parecer, y ambos sonreímos.

Verás le dije necesito tener una conversación muy importante contigo.

Ya estamos, respondió afable. Mi frente se llenó de sudor, mis ojos de lágrimas y la garganta no pudo emitir sonido perceptible. La puerta se abrió y el marido de ella entró acompañado de Toni. Nos pusimos de pie y mi voz volvió para decir:

¡Soy a pesar de tus padres, tu padre! Lo necesites o no, lo soy. Quiero probarlo para estar tranquilo, para aumentar mi familia y para reparar cualquier daño que hiciera involuntariamente a tu madre.

Ella abrazó a su esposo. No hizo comentarios sobre la relación de sus padres. Si fueron felices o no. Si acaso había sospechas. He conocido que, ¡cuando el pueblo es chico, el infierno es grande! Imagino que Estela no lo tuvo fácil en esta vida y no pregunté por qué murió tan joven. Quizá no fue así. Solo me concentré en tratar de reparar lo hecho. Ni siquiera me detuve a pensar en derechos, en deberes.

Tres días estuve con ellos. Insistieron en que nos quedáramos en su casa para que los niños se relacionaran conmigo. ¡Mis nietos! Visitamos la tumba de sus padres. Pedí perdón a Estela por todo y por nada. Toni y yo volvimos a Miami con las muestras necesarias para el ADN. Cuando estuvieron los resultados regresamos a Cuba con el sobre sin abrir. Un feliz domingo de familia, lo abrimos y demostró lo inapelable. Esas son las fotografías en las redes sociales. ¿Quién quiere ocultar que la vida le regaló ternura de la misma sangre?

Idania Pérez

Image by Renee Olmsted from Pixabay 

Photo by Christina Morillo from Pexels 

1 comentario:

  1. Efectivamente la decision tenia que ser esa. Y esto sucede por que s e trata de personas generosas y dispuestas a cumplir las expectativas de su pareja . Me nuda historia para las redes sociales. Pilar

    ResponderBorrar