Debí ponerme una ropa que viniera mejor con mi figura y en la cara, gestos más discretos para alumbrar la felicidad que tengo. No todos los titulares son condescendientes y, mirando los medios, sin dudas, no me favoreció ni ropa ni gestos. Tampoco pensé que esta historia tan personal alguien la subiría a las redes sociales. ¡Conductas de humanos!
…Sabes
que he sido…que soy un hombre con suerte, bueno, como sea, eso…eso
mismo. ¡Nada! Ha resultado un dilema inesperado a mis cincuenta años. Es
cierto, pasó y las redes sociales son divulgación, fama, enredo, un poco
de más, un poco de menos. Todos esperando mi versión.
No siempre
fui esta persona de apariencia tranquila que ves aquí. No. Las tijeras no
cayeron en mis manos desde un sueño fácil. Las tijeras, mis fieles compañeras,
las conquisté después de poner pan en la mesa de mi madre con otras
especialidades más difíciles, menos atractivas, en los límites de la legalidad.
Vendiendo tabaco a turistas, ventas que nos dieron una vida mejor. Nací
más pobre que la tristeza, no tienes idea del sitio campestre en el que me criaron
mis padres. De esas vecindades donde se pide la sal y el hielo, porque
es la riqueza que posee otro y comparte. Miraba la televisión en casa de
vecinos más prósperos. Mi hermana y yo, nos acomodábamos en el piso,
encantados con la trasmisión de cualquier programa hasta que nuestra madre nos
llamaba para comer y dormir. Las manualidades fueron siempre mi salvación, pero
fueron ellas, las tijeras, quienes me hicieron famoso.
Comencé
pelando a mi hermana a escondidas. Luego, a sus compañeras de clases, después
a mi abuela y a las amigas. Una traía a la otra. Un día, mi madre me
regaló su espejo y el taburete viejo del abuelo. Reliquias, que pasaban de generación
en generación. Ponles tu huella también, pero estudia para
que además de pelar, sepas hablar con tu clientela, ordenó. Nuestra
pobreza fue desapareciendo detrás del manejo de mis dedos y de los cursos
de superación.
Mi
madre es el mayor tesoro que he tenido. Nunca cuestionó ninguna acción de sus
hijos. Miraba a los ojos para hablarme: Ramón, piensa siempre
antes de hacer. Ramón, las consecuencias son una tela de araña que te
atrapan por la garganta. Cuando le presenté a Toni como mi amigo,
nos miró sonriente como si lo esperara. Luego puse en el baño su cepillo de
dientes. Me vio por encima de los espejuelos y dijo: A partir de hoy,
yo usaré el baño del fondo.
Así fue
mi madre, recta pero amorosa, y respetó a Toni siempre. En su lecho de
muerte hizo salir a todos; tomó mis manos entre las suyas y me dijo: necesito
que escuches.
Sumiso
a su amor y deshecho ante la posibilidad de perderla, respondí: lo
que quieras.
─Hijo, ¿recuerdas aquella guajirita que vivía en el pueblo donde
naciste? Estela, creo que se llamaba ─preguntó mirando a mis ojos. He sabido
que, su hija de veinte años, tiene un increíble parecido a nosotros. Continuó firme. ─¡Quiero que averigües todo, te asegures y
actúes como corresponde! Midiéndome desde la mirada entre pestañas,
emitió un ronquido como gesto de descanso eterno.
Creo
que, porque los hijos caminamos con el peso de los pasos propios, no hice
con eso nada. Enfriarlo. Toni y yo emigramos a Miami diez años
después. Mientras mejor nos iba, no sólo sentía el dolor de la ausencia de mi
madre, también la fuerza de su mirada. Un sábado, compartí mi secreto con
Toni y el compromiso de rescatar la verdad. Fui firme en el deseo de
cumplir y asimilar lo que vendría de ser cierto. No hizo comentarios. Esa noche
no regresó a casa. Habíamos pasado por muchas cosas buenas y malas juntos, en
Cuba, en Estados Unidos. Él, con su agencia de viajes y yo, con la peluquería
que fue creciendo y permitió nuestra vida holgada. Los hijos no entraron
nunca en los planes de la pareja. En la noche, no dormí. Cuando logré pescar un
sueño ligero, mi madre continuaba con la
vista fija en mis movimientos. Por la mañana, unos golpes en la puerta
sacudieron mi sueño. Toni había vuelto.
─¡No fue tu mejor noche parece! ─dijo
con una mirada de tristeza. Iremos por tu hija. Si es cierto, entraremos en su
vida y ella en la nuestra.
─Si es cierto y si quiere ─aclaré yo,
contento de su actitud.
Preparamos
viaje. Consultamos una clínica que realizaba examen de ADN. En busca de las pruebas y las respuestas necesarias nos fuimos a
Cuba.
Toni me
aconsejó que averiguara sobre la
muchacha con los vecinos... Claro, no era una
niña, era una joven de treinta y cuatro años. Ingeniera de profesión, según nos
dijeron, porque allí, no conocíamos a nadie. Toqué el timbre de la puerta,
no quise tener testigo de una conversación que no sabía cómo iniciar, ni cómo
terminar.
Ella
abrió la puerta. Tuve la seguridad de que el corazón se me había encaramado en
las sienes. Casi pierdo el conocimiento. Frente a mí, una joven, sostuvo
una sonrisa que me transportó a la fiesta más antigua en la que yo bailé una
vez. Sus ojos, las cejas y la frente, eran las de mi madre, pero sus
gestos inocentes, su figura de apariencia frágil, eran las de la única
mujer con la que había, tú sabes, eso… Era la Estela que me perseguía, desde que tomé la decisión de honrar la
duda que mi madre puso en mi mente.
Dos
niños, uno pequeño y otra de mediana edad, estaban dispuestos a participar
en cualquier conversación que yo fuera a sostener.
─Buenas tardes ─susurré. Ella me invitó
a pasar. ─Seré breve ─argumenté como si pudiera. Volví a mirar su
sonrisa. Debí parecer bastante torpe, porque los niños fueron enviados a
jugar al cuarto.
─No sé si me conoces ─traté de ganar
tiempo al discurso preparado.
─Eres el peluquero de donde vivían mis
abuelos, te conozco, hace tiempo te fuiste para Miami, creo ─me
interrumpió.
─Si claro, me conoces. Traté de reír con una
mueca.
─Y… ¿tus padres? ─le pregunté, temiendo
que salieran de cualquier parte de la casa.
─Murieron ─dijo bajando la voz
─¿Los dos?
─¡Los dos! Hace un tiempo ya, primero mi madre
y después mi padre, argumentó ante el interrogatorio. Levanté mis cejas,
un gesto que era muy común en ella, al parecer, y ambos
sonreímos.
─Verás ─le dije─ necesito tener
una conversación muy importante contigo.
─Ya estamos, respondió afable. Mi frente se llenó de sudor, mis ojos de
lágrimas y la garganta no pudo emitir sonido perceptible. La puerta se abrió y
el marido de ella entró acompañado de Toni. Nos pusimos de pie y mi voz volvió
para decir:
─¡Soy a pesar de tus padres, tu padre! Lo
necesites o no, lo soy. Quiero probarlo para estar tranquilo, para aumentar mi
familia y para reparar cualquier daño que hiciera involuntariamente a tu madre.
Ella
abrazó a su esposo. No hizo comentarios sobre la relación de sus padres. Si
fueron felices o no. Si acaso había sospechas. He conocido que,
¡cuando el pueblo es chico, el infierno es grande! Imagino que Estela no lo
tuvo fácil en esta vida y no pregunté por qué murió tan joven. Quizá no fue
así. Solo me concentré en tratar de reparar lo hecho. Ni siquiera me detuve a
pensar en derechos, en deberes.
Tres
días estuve con ellos. Insistieron en que nos quedáramos en su casa para que
los niños se relacionaran conmigo. ¡Mis nietos! Visitamos la tumba de sus
padres. Pedí perdón a Estela por todo y por nada. Toni y yo volvimos a Miami
con las muestras necesarias para el ADN. Cuando estuvieron los resultados
regresamos a Cuba con el sobre sin abrir. Un feliz domingo de familia, lo
abrimos y demostró lo inapelable. Esas son las fotografías en las redes
sociales. ¿Quién quiere ocultar que la vida le regaló ternura de la misma
sangre?
Idania Pérez
Image by Renee Olmsted from Pixabay
Photo by Christina Morillo from Pexels
Efectivamente la decision tenia que ser esa. Y esto sucede por que s e trata de personas generosas y dispuestas a cumplir las expectativas de su pareja . Me nuda historia para las redes sociales. Pilar
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