¿Cuándo
dejaron de verse?
La
pregunta le aparece de golpe al abrir los ojos a la madrugada.
Hacía mucho que no pensaba en él.
Trata
de saber si fue un sueño que lo trajo a su memoria. No está segura.
Pero la pregunta está hecha, la obliga a recordar y las imágenes
comienzan a aparecer.
¿Seis
años?
Se
sienta en la cama. Enciende la lámpara para ver el reloj. Son las
cinco de la mañana. Faltaban dos horas para levantarse y comenzar el
día.
¿Cuándo?
No
puede calcular una fecha precisa. Cierra los ojos y aparece una
escena. La de esa noche en que tuvo que esperarlo más de lo que
estaba dispuesta. No era la primera vez. Algo había comenzado a
cambiar porque tuvo la certeza de que no sería la última. Antes
nunca lo había visto de esa manera, siempre tenía la esperanza de
que todo fuera diferente. Decidió ir al cine sin él. Recuerda
cómo se sintió al bajar sola por el ascensor, supo sin dudas que
así sería a partir de ese momento. Al entrar en el cine apagó
su teléfono. Cuando salió lo encendió y vio el registro de
tres llamadas perdidas. Eran del él. No lo llamó hasta que volvió
a su casa, quería que se preocupara. Simplemente deseaba que por lo
menos estuviese inquieto unas horas, sin saber dónde había ido.
—¿Dónde
estabas? Te estoy llamando hace tres horas.
—Fui
al cine. ¿No era lo que íbamos a hacer?
Recuerda
el comienzo del diálogo. El resto no. Sí, tiene presente el dolor
en la garganta. Como si algo le oprimiera el cuello y no la
dejara hablar. Del otro lado del teléfono él se disculpaba
con excusas que ya había dicho muchas veces antes. Y ella, sin poder
responder. El nudo que sentía en la garganta le hacía brotar
lágrimas y no poder hablar.
¿Cuándo
dejaron de verse?
Unos
días después de la noche en que ella fue sola al cine, él fue a su
casa. Esa fue la última. Cree. O tal vez no. Él llegó con una
botella de vino para cenar, como lo hacía cada jueves. Ella no tenía
nada preparado. Estaba cansada, no había dormido bien las
últimas noches. Tenía un dolor en el pecho que desde hacía
tiempo la despertaba cada dos horas y la obligaba a levantarse, tomar
agua, abrir la ventana, respirar el aire frío y esperar hasta que el
dolor desapareciera. Estaba preocupada. Esa misma tarde había
llamado al médico para que le recetara algo para dormir. Recuerda
que en esos días solo quería dormir.
Le
abrió la puerta y él quiso besarla. Ella lo rechazó.
—¿Qué
te pasa?
—Me
voy unos días. Le dijo.
—¿A
dónde?
—No
sé.
—¿Cuándo
lo decidiste?
—Ahora.
—¿Y
por qué?
Quiere
repetir la continuación de ese diálogo absurdo lleno de reproches
pero no puede. Su memoria parece haber olvidado todas esas palabras
repetidas cada vez que se veían en esos últimos tiempos.
¿Fue
esa noche que dejaron de verse?
Ella
pidió una licencia en su trabajo y se fue a la playa. Era invierno.
Quería estar sola, lejos. Se fue en auto. Manejar le haría bien. Se
hospedó en un hotel frente al mar. Avisó a un par de amigas donde
estaba y apagó el teléfono.
Piensa
en esos días y le aparece la palabra limpieza.
El
hotel estaba vacío. La playa también. Nadie con quien hablar. Era
lo que necesitaba. Para limpiarse de él. ¿Tanto lo quería? Se
preguntó muchas veces mientras caminaba. Tanto, que tenía que
sacárselo del cuerpo, del pensamiento, del alma, porque le estaba
haciendo daño. Eso no era amor, se decía. El amor es otra cosa.
Ella quería esa otra cosa. No le sería fácil extirpárselo. No
verlo, no llamarlo, no esperarlo. No quererlo. Caminó, lloró,
gritó, insultó, durmió a fuerza de pastillas. Pero al volver ya
sabía que hacer . Lo llamó por teléfono y le pidió que fuera a su
casa. Él dijo que no podía, que tenía que acompañar a su mujer a
un médico o algo así.
¿Cuándo
dejaron de verse?
Tal
vez mucho antes de alguno de esos últimos días.
Dejaron
de verse cuando el amor se transformó en algo desparejo, inadecuado.
Fuera de tiempo. Cuando la palabra amante tuvo el peso exacto y
estuvo puesta en el lugar correcto. Cuando ella comenzó a darse
cuenta de que ese no era el tipo de amor —si a eso podía llamarlo
amor— que esperaba.
El
despertador suena. Lo apaga. Pasaron dos horas desde que se despertó.
La respuesta encontrada la tranquiliza.
Ahora
se levantará, irá a trabajar, saldrá de la oficina y seguramente
se encontrará con alguna amiga para tomar algo, volverá a su
casa, se preparará la cena, leerá un libro y se acostará como
todas las noches, preparará el reloj para que suene, como todos los
días a las siete. No pensará en él, no pensará en nadie.
Simplemente sabrá que aquel amor terminó el día en que dejaron de
verse a los ojos y reconocerse, hace ya tanto tiempo que ni recuerda
cuando fue.
Muy bueno.
ResponderBorrarUn gusto leerte después de tanto tiempo
ResponderBorrarAbrazo grabde
Recordaba este relato, Graciela, me impresionó entonces y ahora la delicadeza de ese calendario triste. Me alegro de haberte vuelto a leer.
ResponderBorrarPilar.
el dolor de la ausencia descripto en el cuento es acorde a la realidad que vivimos a diario. Es preciso recordarlo en la Literatura como lo has hecho en tu relato. Magnifico. Alberto Fernandez
ResponderBorrar"Simplemente sabrá que aquel amor terminó el día en que dejaron de verse a los ojos y reconocerse, hace ya tanto tiempo que ni recuerda cuando fue." Qué lindo. Me encantó leerte.
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