
—Demente —aseguró mi abogado en garantía.
No lo maté. Lo juro. Fue el comentarista de arte, claro, en legítima defensa y en la mía. Lo cual es lo mismo. Me casé con Mario siete años atrás. Muy joven, casi niña. Lo amaba. Nos amábamos. Todo cambió cuando llegó el despido. Comenzó a culparme: ¡más facturas! Por la comida, la cena no sabía igual. Ni el desayuno. No era variado —“bazofia”, me llamó un día. Echada a llorar, oía sus quejas.
—¿Para qué sirves? —me cuestionó. Al día siguiente percibió alegría en mis ojos frente al comentarista de arte. Pensé que era una bobada, al principio, ¿sabe? Después, me sentí culpable. Mientras cuento lo bueno... Lo malo fueron las fracturas de los huesos que han sanado solas. Sin quejas al oído de mis padres. Caminando frente a ellos, los domingos, derecha, sonriente. El nene en la escuela. Pegué mis huesos con fajas apretadas. Los de las costillas: tres veces. Los brazos: dos. Los dedos de la mano izquierda: una vez. La última de toda mi vida. Hasta que el Creador me cierre los ojos. Fue delante del niño. Volteó mis dedos de la mano izquierda. Por lo mismo de los últimos días.
—No te quiero ver delante de ese tipo con cara de tierno. Él no paga nada, no debe tampoco. ¡No te encariñes con él en mi cara!
Le rogué muchas veces. ¡Delante del niño, no te atrevas! No soltó mis dedos. Los seguía doblando, los del medio tocaron el reloj en mi muñeca. Callada soporté el dolor para no alarmar al pequeño. Con la otra mano alcancé unas monedas del sostén, supongo que guardadas para apuros. —Ve por helado —le dije con cara de yo puedo con eso. Sus ojos desorbitados. La carita seria. El ceño fruncido de adulto que creció al relámpago. No sé nada más. No puedo decir lo que pasó. Todo se nubló delante de mí. Alcancé a ver, entre nosotros, al comentarista de arte. ¡Tan guapo! Sereno, interceptando el nuevo golpe sobre mi rostro. Lo demás, no lo sé. Mi niño, con chocolate en las ropas. La policía con sirenas. Mis manos sujetas en la espalda por esposas. ¡Adoloridas!
—Inocente —dijo el jurado.
—¡Inocente!, repitió la jueza–. ¡No estaban en sus cabales! Él, celoso del comentarista de arte en la pantalla. Si pudo salir del televisor a enamorarle a su señora, también pudo salir y apuñalearlo —argumentó.
Idania Pérez
Muy lindo como todo lo que escribes..me gustó mucho ..mucha suerte y más
ResponderBorrarMuy lindo como todo lo que escribes..me gustó mucho ..mucha suerte y más
ResponderBorrarMuy bien por "Inocente" Narrado de una forma original y jocosa, sin apartarse de la verdadera esencia que desea transmitir su autora:el maltrato físico y psicológico que se sufre en muchos hogares del mundo, sin distinción de sexo, edad o etnia; triste realidad que lacera el alma de sus víctimas, dejando secuelas imborrables. FELICITACIONES!!!
ResponderBorrarGracias por hacernos leer buenas lecturas ,buena suerte felicitaciones
ResponderBorrarIdania, el tema me gusta interpreto que es como una defensa contra el abuso domestico. En la redacción tomaste una forma que también me gusta el principio es el final y el veredicto de Inocente, es la critica mayor contra el abuso domestico. Felicitaciones
ResponderBorrarInocente. Un buen cuento que con estilo relatas un tema de la vida cotidiana. Impartir justicia no es cosa de seres humanos. Alberto
ResponderBorrarImaginación realismo rudo y un razonamiento impecable,
ResponderBorrarMuy buanPilat
Corto y lindo, buena forma de relatar historias cotidianas. Eres un sol. Exitos.
ResponderBorrarSurama
Original desarrollo de una historia que atrapa. La violencia de género presentada de manera diferente y con un final que logra seducir al lector.
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