miércoles, 5 de diciembre de 2018

Los derechos - Alberto Fernández


 “metáfora de la esperanza inútil”
            
  
Cielo gris sin nubes ni ruidos. El árbol mudo, el banco, mi frazada y yo, tierra triste sin verde, tampoco azul.
Me preguntó si podía. Le dije que se sentara, si quería. Una condición: un lugar para mi frazada. El banco era para tres pero mi frazada era un ente. Tenía derechos.
-¿Quién inventa los derechos?, me preguntó.
-Racón, usted lo debe conocer, tal vez lo llame de otra manera, le contesté.
-Yo lo llamo de distintas formas.
-¿De acuerdo a qué?, pregunté.
-A la respuesta a mis reclamos.
-Nosotros nos consultamos y resolvemos de acuerdo mutuo sus antecedentes ¿no se hicieron acreedor de mi confianza?, agregué.
-Cuáles fueron.
-Le dio la clave al francés para descubrir el sentido de los escritos de las pirámides, dije.
Se sentó respetando los derechos de la frazada. Me inquietó cómo lo llamaría y cuáles eran sus reclamos.
-Si llueve Sopo, me dijo
-¿Reclamó la lluvia?
-Sí, para que se lavara mi camisa y supe de sus claves para interpretar, en lenguaje coherente, el calendario maya.
- Veo que tiene pantalón y camisa. Lo considero propietario.
-Pertenezco al sistema, señor, aunque en segundo orden porque mi camisa está sucia.
Se acercó un hombre con zapatos, pantalón, camisa y sombrero. Pidió permiso para sentarse. Le dije que estaba completo. En voz alta respondió que el banco era para tres. No tenía en cuenta la identidad de la frazada. Se lo comuniqué explicándole sus derechos.
No del todo convencido se acercó al árbol y de viva voz le preguntó si en los códigos figuraban los derechos de las frazadas. Volvió diciendo que le habían contestado que todos los entes tenían derechos y que su sombrero también los tenía.
-Apelo a la decisión final de Racón, le respondí.
-¿Quién es Racón?, preguntó.
Esta vez le correspondió a mi compañero aclarar este punto.
-Racón es como Sopo, el que decide con su poder supremo por encima del árbol y otros sistemas de justicia.. Consulte, por favor, a quien usted concurre para determinar los derechos. ¿Cómo se llama el suyo?
-De acuerdo a mi conveniencia yo elijo quién decide en instancia última, fue su respuesta.
-Quiere decir que usted lo nombra “Yo”.
-Sí, así es, “Yo” es su nombre.
-¿Él hace posible la interpretación de los enigmas?
-¿Posible? Me dio a mí el poder de las decisiones a través de la palabra.
-Todos posemos el uso de la palabra.
-Pero no el de la palabra absoluta: la orden
Me pareció jactancioso ese apelativo ya que era habitual señalarlo con un dedo en el pecho atravesando su total interior. Ahora me era imperativo conocer la decisión de “Yo” sobre los derechos de su sombrero.
Pensé que este hombre cuya aceptación al poder de “Yo”, además de poseer zapatos, pantalón y camisa, usaba un sombrero al cual le asignaba los mismos derechos que a mi frazada. También pertenecía al sistema. Me di cuenta cuando de nuevo se acercó al árbol reclamando algo.
Al rato apareció un hombre vestido con uniforme, botas y gorra y que además estaba armado con pistola, bastón y escopeta. Con voz autoritaria me exigió que sacara esa frazada y que me levantara del banco con urgencia. Lo mismo le dijo a mi compañero y con prontitud lo hicimos. Cuando estuvo vacío, en modo cortés, invitó al señor del sombrero a sentarse.
Cuando nos atrevimos a preguntarle por qué se cercenaban nuestros derechos nos respondió que las órdenes eran de voces inaudibles a los oídos comunes. Frecuencias activas y desencadenantes dentro del universo. El don de la palabra la había cedido gentilmente al ser humano. El poder del mandato y la ley solamente unos pocos la recibían.
Protestamos para reclamar justicia. Aparecieron más uniformados con pistola, bastón y escopeta.
Le pregunté a mi compañero: -¿Por qué Racón no vino en nuestro auxilio? Tampoco Sopo.
-Tienen menos poder que “Yo”. Él está en todos lados y distribuye su propia justicia. También es el dueño del Libro de los Destinos. Sus decisiones son inapelables, me contestó.
-Entonces ¿a quién proporciona justicia?
-Solamente a los que están dentro del sistema, pero en forma absoluta, dijo.
-Aparecemos, entonces, como despojados de justicia en ese libro.
-Sí, aunque en mi caso aparezco como propietario de una camisa, pero sucia, contestó.
Nos dijeron que marcháramos y así lo hicimos ante lo imperativo de la orden. Caminamos juntos; mi frazada bajo el brazo y mi compañero con la camisa sucia.
 El cielo seguía gris y sin nubes. La tierra triste, sin verde. Tampoco azul.
El árbol veía alejarse a dos sombras encorvadas, cabizbajas. 
En el banco, sentado junto a su sombrero, con zapatos, pantalón y camisa limpia, estaba el dueño del poder.

Alberto Fernández


3 comentarios:

  1. Enigmático cuento, Alberto. Realidad de este mundo egoísta expresada por tu mágica pluma que conduce a una profunda reflexión. "El cielo seguía gris y sin nubes. La tierra triste, sin verde. Tampoco azul.
    El árbol veía alejarse a dos sombras encorvadas, cabizbajas." ¿Por qué aceptar los caprichos del "dueño del poder"? Pregunta difícil de responder...

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  2. Un retrato exacto de la injusticia, que parece eterna, sin esperanza.No es ni siquiera triste de exacto que es.
    Pilar.

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  3. No han sabido identificar al dueño del poder. Yo, interpreta y cambia las leyes a conveniencia, ¿hasta cuándo? Hasta que le dejemos.

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