“metáfora de la esperanza inútil”
Cielo gris sin nubes ni
ruidos. El árbol mudo, el banco, mi frazada y yo, tierra triste sin verde, tampoco
azul.

-¿Quién inventa los
derechos?, me preguntó.
-Racón, usted lo debe
conocer, tal vez lo llame de otra manera, le contesté.
-Yo lo llamo de
distintas formas.
-¿De acuerdo a qué?,
pregunté.
-A la respuesta a mis
reclamos.
-Nosotros nos
consultamos y resolvemos de acuerdo mutuo sus antecedentes ¿no se hicieron
acreedor de mi confianza?, agregué.
-Cuáles fueron.
-Le dio la clave al
francés para descubrir el sentido de los escritos de las pirámides, dije.
Se sentó respetando los
derechos de la frazada. Me inquietó cómo lo llamaría y cuáles eran sus
reclamos.
-Si llueve Sopo, me dijo
-¿Reclamó la lluvia?
-Sí, para que se lavara
mi camisa y supe de sus claves para interpretar, en lenguaje coherente, el
calendario maya.
- Veo que tiene pantalón
y camisa. Lo considero propietario.
-Pertenezco al sistema,
señor, aunque en segundo orden porque mi camisa está sucia.
Se acercó un hombre con
zapatos, pantalón, camisa y sombrero. Pidió permiso para sentarse. Le dije que
estaba completo. En voz alta respondió que el banco era para tres. No tenía en
cuenta la identidad de la frazada. Se lo comuniqué explicándole sus derechos.
No del todo convencido
se acercó al árbol y de viva voz le preguntó si en los códigos figuraban los
derechos de las frazadas. Volvió diciendo que le habían contestado que todos
los entes tenían derechos y que su sombrero también los tenía.
-Apelo a la decisión
final de Racón, le respondí.
-¿Quién es Racón?,
preguntó.
Esta vez le correspondió
a mi compañero aclarar este punto.
-Racón es como Sopo, el
que decide con su poder supremo por encima del árbol y otros sistemas de
justicia.. Consulte, por favor, a quien usted concurre para determinar los
derechos. ¿Cómo se llama el suyo?
-De acuerdo a mi
conveniencia yo elijo quién decide en instancia última, fue su respuesta.
-Quiere decir que usted
lo nombra “Yo”.
-Sí, así es, “Yo” es su
nombre.
-¿Él hace posible la
interpretación de los enigmas?
-¿Posible? Me dio a mí
el poder de las decisiones a través de la palabra.
-Todos posemos el uso de
la palabra.
-Pero no el de la
palabra absoluta: la orden
Me pareció jactancioso
ese apelativo ya que era habitual señalarlo con un dedo en el pecho
atravesando su total interior. Ahora me era imperativo conocer la decisión de
“Yo” sobre los derechos de su sombrero.
Pensé que este hombre
cuya aceptación al poder de “Yo”, además de poseer zapatos, pantalón y camisa,
usaba un sombrero al cual le asignaba los mismos derechos que a mi frazada.
También pertenecía al sistema. Me di cuenta cuando de nuevo se acercó al árbol
reclamando algo.
Al rato apareció un
hombre vestido con uniforme, botas y gorra y que además estaba armado con
pistola, bastón y escopeta. Con voz autoritaria me exigió que sacara esa
frazada y que me levantara del banco con urgencia. Lo mismo le dijo a mi
compañero y con prontitud lo hicimos. Cuando estuvo vacío, en modo cortés,
invitó al señor del sombrero a sentarse.
Cuando nos atrevimos a
preguntarle por qué se cercenaban nuestros derechos nos respondió que las
órdenes eran de voces inaudibles a los oídos comunes. Frecuencias activas y
desencadenantes dentro del universo. El don de la palabra la había cedido
gentilmente al ser humano. El poder del mandato y la ley solamente unos pocos
la recibían.
Protestamos para
reclamar justicia. Aparecieron más uniformados con pistola, bastón y escopeta.
Le pregunté a mi
compañero: -¿Por qué Racón no vino en nuestro auxilio? Tampoco Sopo.
-Tienen menos poder que
“Yo”. Él está en todos lados y distribuye su propia justicia. También es el
dueño del Libro de los Destinos. Sus decisiones son inapelables, me contestó.
-Entonces ¿a quién
proporciona justicia?
-Solamente a los que
están dentro del sistema, pero en forma absoluta, dijo.
-Aparecemos, entonces,
como despojados de justicia en ese libro.
-Sí, aunque en mi caso
aparezco como propietario de una camisa, pero sucia, contestó.
Nos dijeron que
marcháramos y así lo hicimos ante lo imperativo de la orden. Caminamos juntos;
mi frazada bajo el brazo y mi compañero con la camisa sucia.
El cielo seguía
gris y sin nubes. La tierra triste, sin verde. Tampoco azul.
El árbol veía alejarse a
dos sombras encorvadas, cabizbajas.
En el banco, sentado
junto a su sombrero, con zapatos, pantalón y camisa limpia, estaba el dueño del
poder.
Alberto Fernández
Enigmático cuento, Alberto. Realidad de este mundo egoísta expresada por tu mágica pluma que conduce a una profunda reflexión. "El cielo seguía gris y sin nubes. La tierra triste, sin verde. Tampoco azul.
ResponderBorrarEl árbol veía alejarse a dos sombras encorvadas, cabizbajas." ¿Por qué aceptar los caprichos del "dueño del poder"? Pregunta difícil de responder...
Un retrato exacto de la injusticia, que parece eterna, sin esperanza.No es ni siquiera triste de exacto que es.
ResponderBorrarPilar.
No han sabido identificar al dueño del poder. Yo, interpreta y cambia las leyes a conveniencia, ¿hasta cuándo? Hasta que le dejemos.
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