
Un hombre tenía sus
ojos fijos en mí. Sin embargo, giré la cabeza a ambos lados para comprobar si,
en efecto, era a mí, y no a otra persona, a quien sonreía. No estaba
equivocada. Me hice la desentendida pero, al rato, me di cuenta de su
insistencia. Fruncí el entrecejo; a esas alturas de mi vida yo no iba a caer en
un absurdo coqueteo. ¿Y si era alguien conocido? ¿De dónde, de dónde? Paró
el tren y muchas personas bajaron en la estación. Eso me permitió detallarlo.
Nos sentamos frente a
frente. Vestía bien, con los privilegios del éxito económico. De las mangas del
abrigo sobresalían unas manos cuidadas. Cabellera y barba casi blancas, obra de
un buen estilista. Me extrañó que ese hombre, tan elegante, ajeno al pasajero
habitual, usara ese medio de transporte. Quizás le había sucedido lo que a mí.
Seguía sonriendo. Yo decidí hacer lo mismo, con la distancia que requería
el caso. No encontraba nada familiar en su rostro hasta que, entre los pliegues
de la edad, pude rescatar la profundidad familiar de su mirada. Lo supe. Bajé
la mía para darle a entender que yo no lo recordaba.
¡Eres tú!-pude
decirle-pero la culpa me abrumó. Ingresé a una galería de imágenes: las clases
en la universidad, las fiestas, los paseos por el parque. Las canciones, los
poemas. Los problemas del mundo, las protestas. Los besos, las caricias y
siempre él. Ya no era el vagón, sino la noche eterna a su lado, esa que no
sucumbiría a los avatares del destino, que no es otra cosa que el cuenco de
nuestras propias decisiones:
Busco la luna y no
está en el cielo. Recorre sin premura las líneas de tu cuerpo. Mi piel
siente celos porque no es ella la que te descubre y moja los montes que
resguardan tus deseos. No sé si soy yo u otra persona la que te contempla y
permite que el rocío y los grillos se lleven los temores. Tu cuerpo sobre el
mío aplasta mis prejuicios, y yo descifro con mis dedos sobre tu espalda el
significado de nuevos versos. Entre caricias y promesas, nos dejamos ir con la
corriente... Desfallece el vientre, se escapa el alma, y yo respiro la
fragancia de una noche que se esfuma.
Buscas en mis ojos lo mismo que yo busco en la
profundidad de los tuyos. Nos damos cuenta que, en ese instante, los dos
soñamos el mismo sueño. Levanto el velo y dibujo sobre tu pecho los matices de
futuras mañanas nuestras. Se levanta el sol, se enciende el deseo, y consigue
que el tuyo y el mío se conviertan de nuevo en un solo cuerpo. Siento el dulce
dolor de la virginidad deshecha, siento que la existencia trae ahora un nuevo
sentido. Mis manos, orfebre novel, te moldean con libertad, y yo me rindo a las
tuyas entre profundos suspiros. “Somos aves de un mismo cielo”, pienso. En el
silencio juras: “Te amaré por siempre”. Yo: “Por siempre, seguiré contigo”.
Busco tus labios convencida de la certeza de nuestro juramento, sin imaginar
que nuestro sueño descansa sobre un almohadón de lejanas estrellas.
Volví al vagón, con el
peso del juramento roto. Era yo muy joven y me había dejado arrastrar por mis
propias aspiraciones, hacia otros lares. “¿Cuándo volverás?” “No lo
sé”.Quiso ir tras de mí, no lo dejé. Yo necesitaba mi propio
espacio y mi propio tiempo. Mis cartas y mis llamadas se fueron alejando, hasta
que él comprendió que no volveríamos a vernos, a pesar del amor y de las
promesas hechas. Pero, después de muchos años, regresé y, ahora, estaba frente
a él. Yo intuía que él deseaba hablarme. ¿Para qué hacerlo? ¿Para enterarnos de
cómo nos había ido? A simple vista, le había ido bien. No era necesario que yo
le contara sobre mí. ¿Mentiras? No se las merecía. Llegamos a otra estación. A
través del reflejo de la ventana, lo vi salir, ya sin la sonrisa. En el
andén, levantó una mano, a modo de despedida. Yo también. Lo dejé ir sin que
supiera lo que había sido mi vida sin él.
Olga Cortez Barbera
Muy bueno este cuento de recuerdos y fracasos. Alberto
ResponderBorrar¿Por qué lo has dejado ir? los amores no tienen edad y los amores tardíos brillan cuando la vida acaba. Lo has contado muy bien.
ResponderBorrarPilar Galindo.