martes, 11 de diciembre de 2018

El mariachi - Idania Pérez


A mis cuatro décadas, el  éxito es el saldo de mi entrega. Si  siembro una planta,  es porque ya me especialicé  en obtener fruto. Cuando dije a mi Aurora que la amaba, ni ella era capaz de describir cómo mi corazón latía de fuerte. A menudo,  me adeudo con el tiempo por exigirme demasiado. Heme aquí llorando la muerte de mi esposa. Viéndolo así, ¿por qué ha muerto? ¿Acaso no la he querido con locura? Cada día le entregué mi amor en cada beso, el más puro.  Y ahora, ¿qué haré  para llevar la casa? ¿A dos hijos dependientes de sus mimos? Todos somos dependientes de ella: las rosas del jardín, el movimiento en la cola de Mariposa,  el aroma que escapa de la estufa, las voces de Enriqueta, la vecina. Mi voluntad  huyó con la de ella. No sé dónde guardé la ambición para alcanzar la alegría que necesito. Todos acostumbrados a su afán para amanecer feliz cada alborada. Y se ha ido. Se fue,  a pesar  del pronóstico de los  tres oncólogos: con los sueros resolveremos el problema. Duró un mes. No me conformo con la simpleza del “después”, de las dolencias que llegarían. Ocurrió ayer en la noche. No hubo velatorio, ¿para qué? Si,  santa como era,  quiso que esparcieran sus cenizas en el mar. Lo haremos el domingo, después de la boda de Carmela, la hija del carpintero del barrio.  Hoy no pude levantarme por  pereza,  pero los niños me halaron de los brazos. Me avergüenzo de mirarles sus caritas. ¿Si pudiera cambiar la situación? Ella sí sabría qué decir, ¡estoy seguro! La Rosita se empeñó en que hiciera sus coletas, es cincoañera; ¿la podré contradecir? El varón está furioso, —imagínate, él cree que le han mentido.  No satisfecho me ha gritado: si no vas a trabajar, avisas,  para yo buscar comida. Está grande,  hoy le vi una sombra por bigotes. La mariposa ha tapado sus ojos con las patas delanteras.  Está echada adonde siempre, al aguardo. No duerme,  porque yo conozco sus mañas de trepar a la cama nada más que se despierta. Mi suegra, después del primer ultrasonido, no volvió.  Ya no nos reconoce. La han visto afuera de la iglesia arrodillada. Tengo quince contratos para el mes. Dicen que mi patrón está rezando.  De la casa me sacó el viejo Alberto, el arquitecto; dice que su hija ha jurado que no se casa hoy,  sin el Mariachi. Cuando le sugirió buscar a otro,  ¡pues  no habrá casamiento! —amenazó. Voy a trabajar. Mi voz cobrará en acorde la  ternura. Nuestras almas,  juntarán en coro melodía. Deshabitaré el dolor del corazón ¿qué puedo inventar?  Yo no sé hacer otra cosa. Porque tengo que llenar la alacena de los niños y… ¡mi dolor!, mi dolor no tiene cura. ¿Cómo voy a destrozar el contrato en que laboro?
Idania Pérez

6 comentarios:

  1. Un cuento lleno de poesía. Su lectura es un placer. Alberto

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  2. Una triste y desgarradora historia de amor. Un mariachi desconsolado ante la pérdida de su amada,que tropieza con su cruda realidad de padre y un deber imponente que le anuncia... que la vida tiene que seguir... FELICITACIONES!!!

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  3. Recuerdo este cuento Idania.El mariachi es como el payaso que tiene que reír aunque quiera llorar. Triste como la vida misma. Pilar

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  4. Hermoso cuento hija¡ Que Dios te bendiga !

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