domingo, 9 de diciembre de 2018

Mateo - María Zulema Chervaz

Se acercaba Mateo corriendo velozmente, envuelto en una nube de polvo. Pasaba el tiempo y no llovía. La tierra formaba un blando colchón blancuzco en los caminos campestres. Cerca de la tranquera estaba Juan, cargado de rencor. ¡Otra vez él le había quitado su pelota hecha de medias viejas! Porque así hacían las pelotas por aquellos tiempos para que los chicos jugaran. No existían las que hoy se conocen. Como las que vos tenés para jugar con tus amigos. Esto le dijo el abuelo Juan a su nieto que lo escuchaba embelesado. Siempre le gustaba oír las historias del abuelo acerca de su infancia, de su casa, del campo, de cuando vinieron sus padres del Viejo Mundo buscando mejores condiciones de vida. Seguí, abuelo, seguí, ¿qué pasó después? Bueno, yo salí presuroso a esperarlo. Estaba dispuesto a darle un escarmiento, ¡pensaba hasta en patearlo!  Y claro, no era posible que, así como así, desarmara su pelota que tanto trabajo le había costado. Para colmo, tardó mucho juntando las medias en desuso que su mamá le daba para fabricar su juguete preferido al que terminó, una vez bien redondeado y de tamaño adecuado, con una de color amarillo, porque le gustaba ese color. Entonces, comenzó a acariciar la pelota y a mirarla con gran satisfacción. Ahora, recordaba ese momento y se dibujaba en él la misma sonrisa de niño, pero en un rostro surcado por las arrugas del tiempo. ¿De qué te reís, abuelo? Es que me acuerdo cómo quedó destrozado el “balón”, como decís vos,  y la bronca que yo tenía… Claro, éramos víctimas  de las circunstancias, había muy pocas cosas con qué jugar y, a los dos, nos encantaba la pelota de medias, ¡en fin!... Seguí, abuelo, seguí, ¿qué pasó después?... Bueno, escuché la llamada de mi madre, o sea, de tu bisabuela, pues, de golpe, el cielo se oscureció, los truenos parecían rodar entre las nubes y los relámpagos brillaban amenazantes. Al escuchar los truenos, Mateo corrió más de prisa aún, dejando tras de sí trozos de hilachas amarillas y de otros colores, a medida que se deshacía la pelota.
El bisabuelo reía a carcajadas y, el ahora abuelo Juan, zapateaba de alegría. ¡Se venía la lluvia! Tan necesaria para el campo, para la futura cosecha, para alimentar nuevas esperanzas en el corazón de esa gente sencilla, de callosas manos, de noble esencia, de fortaleza de roble. Es que, también ellos, tan acostumbrados a la lucha y a no desesperar, muchas veces veían quemarse sus sueños e ilusiones. Seguía tronando y el bisabuelo gritaba “¡San Pedro está jugando a las bochas!, adentro, adentro, Juan, Mateo, vamos, vamos…”.
Las gruesas gotas se convirtieron en fuertes chorros de agua buena, el olor a tierra mojada impregnaba el ambiente y embriagaba los espíritus. La bisabuela dispuso todo de inmediato para comenzar a amasar las tradicionales tortas fritas, el bisabuelo colocó la pava negra en el brasero y preparó el mate amargo. Comenzó una gran fiesta, pero una fiesta interior, ésa que sólo conocen las personas que saben apreciar la bondad de la vida que se manifiesta en cada instante de cada día.
En ese momento, Juan perdonó a Mateo por haber hecho semejante desastre con su pelota. Haremos otra, no te preocupés y ¡dejá de mirarme con esa cara de inocente, como si no tuvieras nada que ver!... Todos rieron a carcajadas y Mateo comenzó a ladrar y a correr de punta a punta de la cocina haciendo esas piruetas geniales que tanto los divertía.
Seguí, abuelo, seguí, ¿qué pasó después?; Bueno, bueno, por hoy ya te conté bastante. Mañana me voy a acordar de otras cosas y vamos a reír juntos. Ahora, dormí…

María Zulema Chervaz

2 comentarios:

  1. Una historia que nos permite recordar esa relación de abuelo a nieto tan cálida que quedarà en el cajón de los recuerdos, Me gustò. Alberto

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