Se acercaba Mateo corriendo velozmente, envuelto en
una nube de polvo. Pasaba el tiempo y no llovía. La tierra formaba un
blando colchón blancuzco en los caminos campestres. Cerca de la tranquera
estaba Juan, cargado de rencor. ¡Otra vez él le había quitado su pelota
hecha de medias viejas! Porque así hacían las pelotas por aquellos tiempos para
que los chicos jugaran. No existían las que hoy se conocen. Como las
que vos tenés para jugar con tus amigos. Esto le dijo el abuelo Juan a
su nieto que lo escuchaba embelesado. Siempre le gustaba oír las historias del
abuelo acerca de su infancia, de su casa, del campo, de cuando vinieron sus
padres del Viejo Mundo buscando mejores condiciones de vida. Seguí,
abuelo, seguí, ¿qué pasó después? Bueno, yo salí presuroso a
esperarlo. Estaba dispuesto a darle un escarmiento, ¡pensaba hasta en patearlo! Y
claro, no era posible que, así como así, desarmara su pelota que tanto trabajo
le había costado. Para colmo, tardó mucho juntando las medias en desuso que su
mamá le daba para fabricar su juguete preferido al que terminó, una vez bien
redondeado y de tamaño adecuado, con una de color amarillo, porque le
gustaba ese color. Entonces, comenzó a acariciar la pelota y a mirarla con gran
satisfacción. Ahora, recordaba ese momento y se dibujaba en él la misma sonrisa
de niño, pero en un rostro surcado por las arrugas del tiempo. ¿De qué
te reís, abuelo? Es que me acuerdo cómo quedó destrozado el “balón”, como decís
vos, y la bronca que yo tenía… Claro, éramos víctimas de
las circunstancias, había muy pocas cosas con qué jugar y, a los dos, nos
encantaba la pelota de medias, ¡en fin!... Seguí, abuelo, seguí, ¿qué pasó
después?... Bueno, escuché la llamada de mi madre, o sea, de tu
bisabuela, pues, de golpe, el cielo se oscureció, los
truenos parecían rodar entre las nubes y los relámpagos brillaban amenazantes. Al
escuchar los truenos, Mateo corrió más de prisa aún, dejando tras de sí trozos
de hilachas amarillas y de otros colores, a medida que se deshacía la pelota.
El bisabuelo reía a carcajadas y, el ahora abuelo Juan,
zapateaba de alegría. ¡Se venía la lluvia! Tan necesaria para el campo,
para la futura cosecha, para alimentar nuevas esperanzas en el corazón de esa
gente sencilla, de callosas manos, de noble esencia, de fortaleza de roble. Es
que, también ellos, tan acostumbrados a la lucha y a no desesperar, muchas
veces veían quemarse sus sueños e ilusiones. Seguía tronando y el
bisabuelo gritaba “¡San Pedro está jugando a las bochas!, adentro, adentro, Juan,
Mateo, vamos, vamos…”.

En ese momento, Juan perdonó a Mateo por haber hecho semejante
desastre con su pelota. Haremos otra, no te preocupés y ¡dejá de
mirarme con esa cara de inocente, como si no tuvieras nada que ver!...
Todos rieron a carcajadas y Mateo comenzó a ladrar y a correr de punta a punta
de la cocina haciendo esas piruetas geniales que tanto los divertía.
Seguí, abuelo, seguí, ¿qué pasó después?; Bueno, bueno, por hoy
ya te conté bastante. Mañana me voy a acordar de otras cosas y vamos a reír
juntos. Ahora, dormí…
María Zulema Chervaz
Una historia que nos permite recordar esa relación de abuelo a nieto tan cálida que quedarà en el cajón de los recuerdos, Me gustò. Alberto
ResponderBorrarMuy lindo, Marita.
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